Parafraseando el título de la magnífica película de Agustín Díaz Yanes: 'Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto', no me resisto a recordar a los artistas que en su día fueron descarga de pasiones explorando los límites del arte, como Woolf Vostell (1932-1998), un artista innovador en el Happening y en el Décollage, pionero en el videoarte e iniciador del movimiento Fluxus. Incluso llegó a fundar el museo Vostell Malpartida en Cáceres. Un artista que fue destripando, en sus obras, los cambios políticos y sociales de la época que le tocó vivir. De origen alemán, sufrió los estragos de la Segunda Guerra Mundial. En la década de los 50, ya convertido en artista, su obra fue un reflejo de todos aquellos recuerdos devastadores que visualizó en ciudades como Dresde, Praga o Kassel. Un artista del que, siendo una referencia en el arte, apenas se ha vuelto a ver obra suya, salvo que se quiera uno desplazar a Cáceres a ver el museo que lleva su nombre. Me refiero a estar en primera línea de las grandes muestras artísticas como puede ser ARCO.

La primera vez que visité la feria de ARCO en 1984, estaba ubicada en el palacio de Cristal del recinto ferial de la Casa de Campo de Madrid y ahí estaba, a modo de bienvenida, la obra de Vostell «Expulsando la naturaleza», una instalación con un vagón de perros muertos disecados y envueltos en una montaña de pimentón con cuchillos clavados (hoy sería, posiblemente, motivo de polémica). El impacto que causó al grupo de creadores aragoneses que ahí estábamos, permaneció durante mucho tiempo. ARCO es un escaparate en el que hay que ir variando los modelos de moda y Vostell está olvidado. Como él muchos otros artistas que hace 20 años ilustraban los catálogos de la feria más importante que se da en España. Esos artistas, más hombres que mujeres, que colgaron sus obras en los stands de las galerías, que expusieron por ser susceptibles de apoyo comercial e institucional, se han quedado fuera del panorama artístico nacional. Me pregunto qué habrá sido de ellos.

ARCO empezó como una feria eminentemente comercial y sigue, en ese aspecto, mucho más consolidada, pero sin dejar de causar controversia, y esta vez el motivo no es por exponer obras que hayan provocado censura política u otras excentricidades si no, según la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid, por el ilegal sistema de selección de las galerías elegidas. El fallo de los jueces descubre la opacidad y el favoritismo, vulnerando los principios de concurrencia. Esto ha perjudicado a muchas galerías y a sus artistas. Cuando es sabido que la mayor compra que se da en obras de arte en España es en ARCO a través de las instituciones, fundaciones privadas, museos, coleccionistas, e incluso el público de papel couché que se luce en paseos de compras por los estands. La Feria ofrece un abanico de obras de artistas consolidados, pero también es cierto que no es ninguna garantía de que se haya elegido una obra que reúna unas cualidades que no sean triviales, quizá cuantitativas sí, mola mucho haber gastado en una obra de un artista del momento varios miles de euros, independientemente de su valor intrínseco.

El merchandising, la frivolidad, permanecen inherentes en nuestra sociedad. Decía el listo de Andy Warhol que «lo que cuenta no es quién eres, sino quién creen que eres», sabía de lo que hablaba.

*Pintora y profesora