La primera controversia relacionada con los Presupuestos Generales del Estado para el 2021 ha sido a cuenta de un tuit de Pablo Iglesias expresando su alegría porque Bildu se haya unido al grupo de partidos que los van a apoyar, al menos en relación con las enmiendas a la totalidad. Las reacciones no se han hecho esperar.

Un buen amigo me ha dicho que le parece infame que un Gobierno socialista acepte pactar con los amigos de los etarras. Yo le he contestado que, hasta donde yo sé, no ha pactado con ellos. De ahí hemos ampliado el foco del debate y ha salido a relucir Vox. Muy indignado, me ha dicho que esperaba que no quisiese comparar a los etarras con ese partido. Y, por supuesto, le he contestado que no. Para mí los votantes de Bildu no son decentes, ninguno. Quienes han apoyado y defendido a un partido construido en torno a unos asesinos no merecen ningún respeto. Sin embargo, en Vox hay votantes decentes, de hecho yo conozco a alguno. Otra cosa sería si nos pusiésemos a tratar de su ideología y de sus dirigentes, pero hoy no es ese el tema.

Durante muchos años hemos dicho, yo desde luego, que si los asesinos dejasen de matar y sus amigos se integrasen en la vida política todo sería distinto. Pues bien, ahí están. ¿Y ahora? Hay quienes están empeñados en seguir con esta matraca, no sabemos si la dejarán algún día.

Para mí un cierto análisis de lo que ocurre con este tema podría basarse en el estudio de tres palabras: espectáculo, corrupción y decencia.

La lamentable invasión audiovisual estadounidense que venimos padeciendo desde hace años está introduciendo entre nosotros algunas prácticas que no traen nada bueno. Y una de ellas es el espectáculo casi por encima de todo. Hay que buscar el momento, lo llamativo, lo que atrape a muchos espectadores. Se llega al ridículo de que en un gran acontecimiento deportivo lo más seguido es el anuncio del descanso. Y entre nosotros este fenómeno ya es imparable, no hay más que ver (aunque sea unos minutos) esos programas de teles generalistas donde la noticia no importa. Lo grande, lo llamativo, lo que atrapa a los espectadores es el comentario, el rifirrafe. ¿Quién sale ganando con esto? Los genios de la comunicación, profesionales o políticos, que están a la que salta, y que hoy, con las redes sociales a toda marcha, mantienen una atención que no lograrían trabajando.

Ejemplo perfecto

El ejemplo perfecto lo tenemos en Pablo Iglesias, que vive de la sobreexposición mediática, y que no desperdicia ocasión alguna para estar en el candelero del espectáculo político. La gestión es lo de menos. ¿Alguien conoce algún logro de este señor como ministro? No, pero a él le da igual, lo importante es el espectáculo. Y si ahora toca Bildu, pues muy bien.

El PP tiene pendientes de resolución judicial varios asuntos de corrupción. Tardará, por tanto, varios años en poder desprenderse de ese tufo que los envuelve. Como es imposible evitar las continuas noticias sobre sus corruptos no le queda más remedio que hacer ruido, mucho, para conseguir que se hable de otros asuntos. ¡Viva el espectáculo!, que pone el foco donde nos interesa y no donde debería estar. Y ahí tenemos a la nueva portavoz parlamentaria, la «moderada» Cuca Gamarra, hablando del Gobierno comunista y de unos presupuestos separatistas. La periodista le pide que explique lo que significa eso y su respuesta no puede ser más clarificadora: que los apoya Bildu. Al acabar alguien la llamará para felicitarla, ¡bravo Cuca!, has conseguido que en dos horas no hablen de corrupción.

Y nos queda la decencia, lo más complicado. La señora Gamarra sabe que es indecente hablar hoy en España de un Gobierno comunista. Pero les da igual. Y el señor García-Page cuando critica al Gobierno y lo hace por el papel de Podemos, es indecente, porque él gobernó la anterior legislatura en coalición con ese partido, pero le da igual, hay que alimentar a los votantes y en esa tierra incluso los socialistas son conservadores. Hay una frase que se ha hecho muy famosa: «¿Cuándo se jodió el Perú, Zavalita?», cuyo autor es Mario Vargas Llosa en su obra 'Conversación en la catedral' . Algo similar podríamos preguntarnos nosotros: ¿Cuándo se perdió la decencia en nuestra política? No sabría contestar a esa pregunta. No sé que fue antes si el huevo o la gallina. ¿Somos indecentes los españoles? En cuyo caso la política no sería más que un reflejo de nuestra sociedad. ¿Son los indecentes políticos los que nos arrastran por ese camino? Repito: no lo sé, y no es una respuesta para salir del paso. Veo a dos expresidentes (González y Aznar) opinando sobre lo divino y lo humano y me quedo perplejo, es indecente. ¿La edad no daba sabiduría? ¿No era el Senado de los clásicos un pozo de seniors plenos de conocimiento? ¿Es decente atacar al otro solo por ser adversario político, aunque sea de tu partido? ¿A cualquier precio? ¿El problema es Bildu?