La principal novedad de la LOMCE es que es una ley de la derecha, que no necesariamente de derechas. ¿Es una ley mala? Ya se verá. Lo indudable es que el sistema educativo que quiere reformar es objetivamente malo: sin producir excelencia, condena al fracaso al 30% de los alumnos. No tenemos ningún paraíso pedagógico al que retornar. Hasta ahora, las leyes educativas han sido insensibles a la diferencia existente entre la excelencia y la mediocridad y han confundido el igualitarismo cultural con un populismo antielitista. Los objetivos de la LOMCE son: reducir la tasa de abandono temprano de la educación, mejorar los resultados educativos, mejorar la empleabilidad y estimular el espíritu emprendedor de los estudiantes. Son objetivos de sentido común. Y lo noble es esperar que se alcancen, con esta o con otra ley mejor. Los exámenes externos han venido para quedarse. Los países con mejores resultados educativos tienen exámenes externos al final de la educación secundaria obligatoria. Son exámenes complejos y difíciles, pero que todo el mundo se toma en serio. Dar libertad a los centros sin pedirles cuentas de sus resultados, es una receta segura para el fracaso.

En el año 2002, el PP propuso la inclusión de itinerarios en la LOCE. Los paleoprogres calificaron inmediatamente esta propuesta de neoconservadora. En el 2010, el ministro socialista, Ángel Gabilondo, declaró en el Parlamento Europeo que estaba dispuesto a crear itinerarios para evitar la exclusión social, favorecer la igualdad de oportunidades y reforzar la dimensión social de la educación. Cuando Wert dice lo mismo, está recibiendo las críticas que se ahorró Gabilondo.

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