Existe un libro interesantísimo, escrito con conocimiento del tema, que se titula La piel de toro como trofeo. Su autor, el arquitecto urbanista Fernando Abad Vicente, repasa algunos de los grandes negocios inmobiliarios de los últimos lustros para explicar las claves del disparate que hizo ricos a unos pocos y empobreció a millones, que sumió a España en el déficit y acabó por convertir en pública la deuda privada labrando fortunas inimaginables. Es un recorrido por la vida y milagros de promotores, traficantes de suelo y de sus cómplices políticos que hicieron del ladrillo una auténtica piedra filosofal. Lo lees y un escalofrío te recorre el cuerpo. Es la rabia.

Viene a cuento porque el Sistema (así denominan a su tinglado los miembros de la Camorrra napolitana) sigue manejado por mafias capaces de seducir a los responsables institucionales fáciles y de desprestigiar a los difíciles con el mantra de las inversiones millonarias, los puestos de trabajo, la creación de riqueza (la suya) y una aberrante visión del progreso. Tan es así que uno de los mejores ejemplos de pelotazo sucio, la construcción de autopistas de peaje radiales en la periferia de Madrid, tras hacer de oro a sus contratistas (que lograron inflar los costes hasta límites inauditos), resultó ser un negocio ruinoso para quienes pretendían explotar aquellas infraestructuras. Han sido rescatadas por el Estado (o sea por los contribuyentes) y ahora volverán a ser privatizadas a precio de saldo. Redondo.

El libro de Abad Vicente recorre la gografía española y dibuja el mapa del saqueo, la mentira, las perversiones financieras y la delincuencia público-privada que logró robarnos la cartera y luego hacernos culpables de nuestra posterior crisis y empobrecimiento. ¡Habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades!

Y lo más increíble no es ya e incumplimiento de las normas, la destrucción del medio ambiente o la corrupción rampante, sino sobre todo el bestial coste para las arcas públicas y la ciudadanía de a pie. Si la mitad de esa pasta se hubera utilizado en algo productivo... ¡Ay, amigos!