Muchos pretenden reducir el alma a la mente y esta al cerebro funcional, pero el alma es la urdimbre o textura de la estructura mental o cerebral, la aferencia de toda referencia, el sentido íntimo. Por eso el alma como conciencia o luz interior tiene su propia sombra a modo de oscuridad subconsciente. Sin alma el hombre es un ser desalmado o enajenado, y sin sombra el hombre es un ser perdido o alienado. Así lo atestiguan Goethe y Chamisso respectivamente.

En el Fausto de Goethe su protagonista vende su alma al diablo, Mefistófeles, para poder obtener un poderío mundano sin trabas interiores, sean de conciencia o de consciencia. Fausto vende la luz interior del alma y su cultura o cultivo en beneficio de una presunta/presuntuosa civilización sin límites o fronteras. Pero Goethe es un ilustrado romántico que con ello parece afirmar y criticar al mismo tiempo la Ilustración y su razón luminosa, advirtiendo que sin la luz interior del alma las luces de la razón pura acaban resultando impuras, oscuras y sombrías. En el fondo, Fausto ha vendido el ánima femenina e interior a favor del ánimo masculino y exterior, pero al final se da cuenta, hasta el punto de recuperar aquella simbólicamente en la escena final. Lo cual parece proyectar una alianza entre la ilustración y el romanticismo, la razón y el corazón, la civilización tecnológica y la cultura anímica o espiritual.

Unos años más tarde el escritor Adelberg von Chamisso presenta a su personaje Peter Schlemihl cual un nuevo Fausto, ya no tan ilustrado como romántico. El personaje ya no vende descaradamente su alma al diablo, sino sutilmente su sombra oscura y su misterio interior; a cambio recibe del demonio el brillo deslumbrante del oro simbólico y real, un brillo que acaba empero resultando alienante por la pérdida de la propia intimidad secreta, suplantada por una extimidad con sus secreciones meramente exteriores. Sin embargo, también acaba dándose cuenta finalmente de su equivocación, retirándose solitario de este mundo a la naturaleza para adentrarse en sus enigmas e ilustrarlos románticamente. El Fausto ilustrado de Goethe vende racionalmente el alma pero la recupera en el último momento. El Peter romántico de Chamisso no vende el alma sino que vende su sombra o sustituto simbólico. Pero en ambos casos el negocio no acaba de resultar bien: si vendes el alma, porque quedas desalmado o desarmado interiormente; y si vendes la sombra, porque quedas extraño y flotante en medio del agresivo mundo exterior. Se trataría pues de cultivar el alma y su sombra o sombreado trascendental, porque la sombra del alma es alargada. El alma no puede reducirse al cuerpo, y su sombra o misterio no puede diluirse o disolverse por ninguna luz de la razón sea natural o artificial. Como sabía el literato Félix Anvers , tener alma es tener un secreto, cuya sombra consiste en mantener su misterio: y que el poeta desvela como un amor eterno que traspasa el tiempo, el espacio y el cuerpo.