Decidí desertar de las playas más conocidas. Vía Teruel me dirigí por carretera a Sagunto y a continuación, a través de la A-7 del Mediterráneo, deslicé mi coche hacia el sureste de la Península Ibérica, hacia el sur de la Hispania citerior . Encontré algún atasco y áreas de servicio sucias. ¿Quién es el desastrado, el que mancha o la empresa que no limpia? ¿Eh? ¿Quién?

Y llegué a Almería, volcánica y monegrina. Almería no se esconde, se muestra al desnudo, es espejo de su pasado y de su futuro. Almería despierta pasiones y a nadie es indiferente. Allí uno se queda para siempre o se va para no volver. Cada cual elige. Almería acogió en su día a buscadores de oro y en Rodalquilar (parque natural Cabo de Gata-Níjar) aún existen restos de sus auríferas minas. No muy lejos se encuentra la bahía de San José, con sus polvorientas pistas que conducen a agrestes y paradisíacos enclaves como las playas de Genoveses y Mónsul, lugares de remotas incursiones de la flota del almirante Nelson. Aguas cristalinas, estelas de olas rizadas por el viento de poniente, el eco de las gaviotas al volar, una inflamada gavia a sotavento. Yo elegí volver a Almería.

*Doctor en Medicina y radiólogo