En origen fueron las teorías de Herbert Spencer, pero en realidad fue Margaret Thatcher quien proclamó aquella inolvidable frase, «There is no alternative» (no hay alternativa), y el espacio político comenzó a cerrarse y a empobrecerse ante la globalización neoliberal que privatizaba bienes públicos y recortaba derechos (conquistas) sociales y laborales. La socialdemocracia optó por resignarse, mutó en socioliberalismo y se alineó junto a los conservadores hasta el punto de terminar votando juntos en un 70% de las veces en la Eurocámara, preludio de grandes coaliciones nacionales, como la explícita alemana y la más o menos encubierta en la España actual (ya saben, no es abstención).

Esta renuncia de hecho a defender el Estado del bienestar, la auténtica aportación y sustancia del proyecto europeo ahora en plena demolición, es la causa de la pérdida de contexto y credibilidad de las clásicas etiquetas ideológicas. Y las nuevas, lejos de definir, solo han buscado confundir a través de la descalificación y la exageración. La abstracción interesada y el maniqueísmo simplista han conducido al manejo de un lenguaje de guerra donde todo adversario es un único enemigo a abatir.

Como ha dejado dicho el recientemente desaparecido Tzevan Todorov, las afirmaciones hechas durante una campaña política «no tienen como objetivo la búsqueda de la verdad», sino «contribuir a la conquista del poder». Y como vivimos inmersos en una campaña electoral sin fin, nos vemos rodeados continuamente de discursos insustanciales, trufados de tópicos y frases hechas, que para colmo frivolizan con otras etiquetas como nazismo o terrorismo (curiosamente, los juicios por su enaltecimiento se han quintuplicado desde que ETA dejó las armas).

El PSOE permanece en su preocupante indefinición, y apelar a su historia solo resalta su actual incompetencia; Podemos, cuya fuerza no responde a nuevos ideales sino a nuevas maneras y procedimientos no contaminados o condicionados, vive enredado en su beligerante redefinición; y Ciudadanos se ha desmarcado pasando el típex por sus estatutos para dejar de ser una formación socialdemócrata. Sabemos lo que ha ocurrido (el sello distintivo que ha hecho progresar a España durante las últimas décadas ha sido el de la socialdemocracia) y conocemos bien el presente (los partidos se ahogan en su propia incapacidad). Solo nos queda el futuro. No hay alternativas si no se intentan ni se construyen. H *Periodista