Poco, o mucho según se mire, ha durado esta última etapa de Víctor Muñoz en el Real Zaragoza. No ha llegado a un año, a caballo entre la pasada temporada, cuando el anterior equipo directivo recurrió a él en una situación realmente dramática que se ha tratado con frivolidad a posteriori y la presente, en la que los caminos del técnico y del club se separaron incluso antes de juntarse. El desenlace se produjo ayer con el anuncio de la destitución al calor de la mala racha de resultados (un punto de doce) y la polémica rueda de prensa de Soria, justificaciones a medida para precipitar la decisión más deseada. Fue la gota que colmó un vaso que estaba lleno hace tiempo. Muñoz ya no es el entrenador del Real Zaragoza. Ha dejado de serlo no tanto por la situación deportiva, con el equipo a un punto del playoff, como por el largo listado de desencuentros entre él y la SAD. Simplemente era una convivencia imposible. La apuesta por Víctor siempre careció de sentido: ni se soportaban ni nadie creía en él.

La cuerda se ha vuelto a romper por el lado más débil. Muñoz se marcha del club en el que nació para el fútbol y en el que, ayer, cerró su quinta etapa. Ha sido de todo: jugador, director deportivo, entrenador... Es el segundo futbolista aragonés con más partidos en Primera, 60 veces internacional con España y el cerebro de aquella maravillosa obra de arte que fue la Copa de Montjuic del 2004 y la posterior Supercopa. Días de gloria.

Víctor sale por la puerta de atrás, atosigado por las críticas y después de unos meses feos y tremendamente tormentosos. Ni él era para este Real Zaragoza ni este Real Zaragoza era ya para él. No se va un don nadie. Se marcha quizá para siempre un técnico particular, con un carácter muy personal que le ha labrado un buen número de enemistades --más que de lo contrario, que también--, pero sobre todo un personaje de enorme peso en la historia del club. Es conveniente recordarlo. A Muñoz hay que despedirle con respeto. No es bueno que el alzheimer se apodere de nosotros. Ni los demonios. Perderíamos la memoria y la razón.