Mi buen amigo José Manuel Asún, hoy vicerrector de la Universidad Cristóbal Colón de Veracruz en México, me ha remitido unas fotografías por Facebook de unos monumentos erigidos en el puerto de Veracruz, para conmemorar la llegada a esta ciudad de muchos emigrantes españoles. Uno de ellos, sobre un pedestal se levanta una estatua de un hombre de mediana edad, vestido con traje rústico, gorra y con una maleta de madera en su mano derecha. Debajo aparece la siguiente inscripción: "En recuerdo de todos los emigrantes españoles que llegaron a México por este puerto, en busca de un mejor futuro y que con su trabajo han contribuido a engrandecer esta generosa y hospitalaria Gran Nación Mexicana". Es altamente aleccionador y que nos puede servir de motivo para una profunda reflexión para los españoles. Por cierto, ignoro si en algún puerto español existe algún monumento parecido en agradecimiento a los emigrantes colombianos, rumanos, marroquíes o ucranianos.

Otro monumento es un simple monolito rectangular, cubierto en su gran parte de inscripciones conmemorativas del exilio republicano español. Todas ellas llevan una honda carga de humanidad, por lo que me resulta complicado elegir una. Con motivo del 70 aniversario, una señala lo siguiente: "En 1939 arribó a este puerto de Veracruz, procedente de Séte, Francia, el barco Sinaia con 1.681 exiliados españoles, cuyas aportaciones a la vida productiva, la ciencia, las artes y la cultura, contribuyeron al engrandecimiento de la nación mexicana, en ese entonces gobernada por el general Lázaro Cárdenas del Río". Ya antes, en 1937, se había producido la llegada de 464 niños, llamados de Morelia, porque fue en esta ciudad, la capital del Estado de Michoacán, donde se alojaron, para apartarlos de los horrores de la Guerra Civil española. Sus padres remitieron a las autoridades mexicanas desgarradoras cartas. "No pueden darse idea de mi sufrimiento. En un año he perdido mi casa, mi marido y estoy separada de mi hijo. He buscado por todos los medios la manera de poder ir al lado de lo que me queda del mundo: ¡mi hijo!", escribió María Rodríguez Pacheco, madre de un niño de once años.

El viaje del Sinaia se organizó con ayuda del Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles controlado por el Gobierno republicano. Luego vinieron otros muchos buques como el Ipanema o el Mexique; el último fue el Nyassa, en 1942. En estos años desembarcaron unos 25.000 exiliados republicanos. El 25 de mayo de 1939, el Sinaia zarpó con un pasaje, que duplicaba su capacidad. Iban poetas, historiadores, filósofos, fotógrafos, dibujantes, intelectuales y artistas, como Pedro Garfias, Tomás Segovia, Ramón Xirau, José Gaos, Eduardo Nicol, Adolfo Sánchez Vázquez, Julio Mayo, Manuel Andújar y Benjamín Jarnés. Mas también mineros, agricultores, ganaderos, albañiles, artesanos, empleados, comerciantes, médicos, abogados y maestros. La vida a bordo fue recogida en un documento excepcional: una publicación editada en ciclostil bajo la cabecera Sinaia. En sus páginas, dirigidas por el escritor Juan Rejano, aparecen noticias relevantes de aquellos días, sobre la tierra de acogida, hondos análisis políticos y lógicas loas a Cárdenas. Y se reproduce el microcosmos del barco. Se habla de idilios surgidos en la inmensidad del Atlántico, del nacimiento de la niña Susana Sinaia Caparrós o de la vuelta a la humanidad tras abandonar los uniformes de los campos de concentración. Julián Atilano, entonces un chico de 12 años, tras 75 años, recuerda con tristeza: "Hubo un momento imborrable cuando pasamos por delante del Peñón de Gibraltar e íbamos a dejar definitivamente atrás España. Algunos integrantes de la Orquesta Sinfónica de Madrid que viajaban en el barco se pusieron a interpretar Suspiros de España. Ahí sentimos que no había retorno". El extraordinario poeta Pedro Garfias, rescatado de un campo de concentración francés por un noble, que le llevó a Inglaterra a su castillo en Eaton, donde con todo el dolor de la derrota, y la pérdida de España, creó --para Dámaso Alonso-- el mejor poema del exilio español Primavera en Eaton Hastings. Su lectura encoge el alma. Como también su poema de homenaje a México y a su presidente Lázaro Cárdenas que, según José Fuentes Mares, es el más bello canto jamás escrito a México: "España que perdimos, no nos pierdas; guárdanos en tu frente derrumbada, conserva a tu costado el hueco vivo de nuestra ausencia amarga que un día volveremos, más veloces, sobre la densa y poderosa espalda de este mar, con los brazos ondeantes y el latido del mar en la garganta".

Algunos de los desterrados regresaron a España, otros se quedaron para siempre. Estos no se sintieron desterrados sino más bien trasladados dentro de la propia tierra española, como lo expresa José Gaos: "En México no me sentía desterrado, sino trasterrado, con palabra que ha hecho fortuna, sin duda por dar expresión a una realidad psicológica colectiva".

¡Cuánto daño causado! ¡Cuánto talento perdido para España! Por ello, me parece muy oportuno finalizar con las palabras de la rectora de la Universidad Veracruzana, Sara Ladrón de Guevara: "Franco habló del oro robado por la república, pero se le escapó que el mayor tesoro lo transportaba el Sinaia".Profesor de instituto