Dilma Rousseff ha conseguido el gran reto de que el Partido de los Trabajadores (PT) conserve el poder por otros cuatro años, es decir para un tercer mandato emulando a su mentor Lula da Silva. Esta es la buena noticia. La mala es que su ajustadísima victoria la deja en situación de debilidad. Brasil aparece partido casi por la mitad entre el PT y el partido del opositor Aécio Neves. La primera tarea será la de restañar las heridas que en la campaña electoral fueron profundas. Rousseff tendrá además un Congreso en el que estarán representados casi 30 partidos y, con el estrecho margen logrado por el suyo, la legislatura se presenta tormentosa. Pero lo más difícil será conseguir que Brasil recupere el empuje que lo convirtió en una de las economías emergentes más potentes del planeta. Hoy aquel gran país está en recesión técnica y la confianza de los inversores ha caído en picado. La victoria de Rousseff representa la continuidad de una política social que ha beneficiado a millones de brasileños, pero el descontento popular durante el Mundial de fútbol puso al descubierto las múltiples carencias del país.