El sábado, vestida con ropa interior térmica, pantalón y anorak acorde con la nevada, y buenas botas para caminar por la nieve, salí a la calle a darme una vuelta por mi barrio, La Paz, que parecía Benasque. Lo cuento no porque les interese mi vida, sino porque así pertrechada, y cuando iba a cruzar una calle hasta arriba de nieve, apoyada en mis bastones, se cruzó en mi camino una furgoneta de Amazon. A repartir por donde ni siquiera se aventuraba el bus urbano. Me quedé loca cuando pasó delante de mis narices.

Y el lunes leo en este periódico que en la carretera de acceso a Fuendetodos se había quedado atascado un repartidor con la furgoneta (ignoro si también de Amazon) y había tenido que ser rescatado por los bomberos de DPZ. Al final, todo se solucionó con bien, menos mal. A lo que quería ir con estos datos es a dos conclusiones: una, igual nos estamos volviendo un poco locos con lo de la paquetería y el “lo quiero para ya”, pase lo que pase.

La segunda conclusión es más triste: a qué condiciones estarán sometidas estas personas por parte de sus empresas para que crean que es buena idea aventurarse a la carretera para hacer el reparto desoyendo las recomendaciones de las autoridades. Hablamos con mucha ligereza de las imprudencias de la gente, pero igual nos teníamos que parar a pensar que, salvo el tonto de turno, que siempre lo hay, quien se ha aventurado a sacar el vehículo es porque tiene que ir a trabajar y es autónomo (y por lo tanto, un superhéroe) o su empresa no es comprensiva con las dificultares del tiempo.

Y hablando de tontos, yo apuntaría a esos/esas que se hacen una foto en biquini (o sin ropa) durante la tempestad. Tontos inofensivos, sí. Pero tontos.