La apoteósica, bélica y terrorífica irrupción del neoconservadurismo ha hecho saltar por los aires las antiguas líneas de entendimiento político. En consecuencia, las tensiones y las crisis institucionales se suceden en todos los escenarios. Ahí está lo que ha pasado en el Parlamento europeo, donde la derecha popular se quedó sola en su apoyo al gabinete Barroso y éste hubo de retirar su propuesta, un hecho sin precedentes. Y ahí están las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, cuya campaña ha desbordado el marco nacional como nunca en la Historia había sucedido.

Aquí hay mucho en juego. Y los españoles, arrastrados por los acontecimientos, tenemos puesta sobre el tapete una apuesta considerable. La postura belicista de Aznar, el impacto de los atentados del 11-M, el desenlace de la jornada electoral del 14-M y sus posteriores consecuencias nos sitúan, querámoslo o no, en medio de la gran confrontación de conceptos y acciones que arrastra hoy a Occidente.

POR ESO,en los últimos siete días nuestros medios de comunicación no sólo han dedicado espacios más que relevantes a la pugna Bush-Kerry, sino que han albergado múltiples artículos y declaraciones relativos a la relación entre España y los Estados Unidos o más bien a las simpatías o antipatías que despierta entre nosotros el ¿amigo? americano. Es éste un asunto sobre el cual se leen y se oyen opiniones juiciosas y otras exageradamente estereotipadas. Sobre todo porque entre los pronorteamericanos compulsivos y los antinorteamericanos viscerales queda un tremendo espacio ocupado por aquellos que mantienen criterios más complejos, más sutiles... y más lógicos.

Pertenezco a una generación de españoles que oyó las primeras críticas contra Estados Unidos de boca de los profesores de Formación del Espíritu Nacional (falangistas tradicionalistas y de las JONS). Pues era cierto que Eisenhower había absuelto a Franco de sus veleidades nazi-fascistas, contribuyendo decisivamente a consolidar su Régimen y que a cambio España había puesto a disposición de los yanquis bases y espacios aéreos y marítimos; pero en el subconsciente patrio pesaba el recuerdo de la Guerra de Cuba (y Filipinas) y en el subconsciente fascista del franquismo militante pesaba también el error de Washington al orientar la II Guerra Mundial a la destrucción del III Reich en vez de haberse vuelto contra la Rusia soviética.

Estados Unidos fue luego para mí y mis compañeros una potencia imperialista (en Latinoamércia, en Indochina, en Africa), pero también la tierra de origen del jazz y el rock&roll, de los hippies, de los movimientos pro derechos civiles, de la primera movida pacifista, de cantautores como Dylan, poetas como Keruack y escritores como Steinbeck o Mailer. Vestíamos vaqueros Levi´s , lucíamos gafas Rayban y acudíamos al cine a ver El Graduado . ¿Antinorteamericanos? No creo. Repudiábamos la América que bombardeaba Vietnam y Camboya, al igual que nuestros colegas de los propios campus norteamericanos, pero vivíamos envueltos en pura cultura made in USA y era Hollywood el ente mágico que inspiraba nuestros sueños.

AL INICIOde los Setenta, cualquier españolito aspirante a intelectual politizado prestaba ya mucha más atención a los procesos políticos de Estados Unidos que a los procedentes de una Unión Soviética cuyo régimen estaba al borde del rigor mortis y cuya sociedad presentaba encefalograma plano.

Aborrecer a quienes gobernaban desde Washington, porque en nombre de la libertad bombardeaban con agente naranja las selvas del Mekong o sostenían regímenes terroristas y genocidas en el Cono Sur americano, podía combinarse perfectamente con un creciente interés hacia las propuestas intelectuales de los liberales que desde el corazón del propio Imperio elaboraban las críticas más lúcidas.

Esta sigue siendo la cuestión. La ofensiva neoconservadora desarrollada por el equipo de Bush ha colmado a Estados Unidos de ideología ultraderechista (conectando perfectamente con algunos sectores de las viejas derechas europeas e incluso arrastrando a centristas como Blair). El resultado está a la vista: guerra, corrupción sin precedentes en la Casa Blanca y en el complejo industrial militar norteamericano, manipulación informativa y crisis generalizada. Pero América, mi América, sigue alentando en las canciones de Springsteen, los editoriales del New York Times y los panfletos audiovisuales de Moore. Yo, desde luego, no soy antinorteamericano.