Mientras el Reino Unido recibe la caballería científica de las vacunas en el lenguaje florido de Johnson , los países más vanguardistas nos encelamos en blindar el plácido calendario navideño de Berlanga . El Gobierno decreta una amnistía para permitir concentraciones de hasta diez personas, en contra del criterio de los epidemiólogos. Los científicos escépticos confiesan que nunca los profanos han estado tan cerca de los expertos, en la ignorancia compartida sobre la pandemia. De repente, los seres más sonrientes del planeta decretan que una persona que quiere estar con otra es una presunta asesina, de su interlocutora y de todos sus familiares. El sentimentalismo navideño siempre será derrotado por el ordenancismo cuartelero, compartido con los generalísimos que esto lo arreglan con dos patadas y 26 millones de fusilamientos. La amnistía navideña se ha propagado a una reducción esporádica del toque de queda. Criminalizar la noche siempre ha sido el sueño de los talibanes. Los padres que pecaron en las pistas de baile explotan la coartada vírica para privar a sus hijos de la experimentación que solo puede cumplimentarse de madrugada. La pandemia es un peligro real porque ha disparado las fantasías represoras de los perseguidores del liberalismo por sus dos flancos. Y el ciudadano amnistiado padece la sensación de haber disputado antes que disfrutado la Navidad de 2020 mil veces ya.