Como cierre de este año tan complejo que nos ha tocado vivir quiero hacerles una confesión, que por obvia, no deja de tener importancia, ya que para algunos parece bandera y para otros queda oculto en lo más profundo de su ser: Amo a España. Debo, también, definir este concepto, pues el amor tiene diversidad de acepciones según el criterio de quien lo siente, puede ser desde el más pernicioso de dominio y propiedad: esto es mío y de nadie más; hasta lo que yo considero y siento: España es el espacio donde puedo ser persona y ejercer mis libertades respetando las de quienes conviven conmigo. España me da capacidad y posibilidad de ser quien considere que quiero ser, y esto no se limita más que por uno mismo: participar en desarrollar una sociedad igualitaria y vertebrada.

Creo que es importante que entendamos cosas tan sencillas, al menos para mí, que no comparto la España del franquismo, por más una que fuese, pero sí me encuentro e identifico con la actual; esa que me permite ser yo sin ocultaciones y a todos los que vivimos en ella siendo los poseedores de la soberanía nacional. Como dice el artículo 1 de la Constitución que aprobamos en 1978: «España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político».

¿Podemos pedir más para ser personas y ciudadanos?

Debo decirles que estoy muy cansado de esa identificación de que esta tierra es mía y de nadie más. Es de tal mediocridad que no se sustancia en ningún desarrollo intelectual y sí en una miserable medida de superficie, que si nos fijamos bien solo da capacidad de posición a unos pocos frente al resto. Esta es la fórmula defendida en tiempos del franquismo.

Estamos viviendo el periodo en el que territorios como Cataluña reivindican eso que algunos de ellos llaman la independencia, que consiste en poner fronteras a un trozo de tierra para limitar el paso de unos hacia un sitio y de otros hacia otro, con una importante consideración, que de los 7,5 millones de personas que viven allí algo más de 4 millones no les permiten ser catalanes, pues no desean esa independencia territorial, que solo le hace efecto a una cierta burguesía que pregona democracia ahora y en 1936 gritaban Franco. ¿Pero entenderán ellos qué significa democracia? Desde luego, lo que ni creen ni permiten es libertad individual, porque eres de ellos o no eres, esto siempre he entendido que tiene un título: miserables.

Por el contrario tenemos otros que no se les cae la palabra España desde el desayuno a la cena, que van con la bandera hasta a dormir y que son propietarios exclusivos de una y otra acepción, una repetición de lo anterior, la única diferencia es la extensión en superficie, pero miseria la misma.

Y me pregunto, ¿dónde quedamos los demás?, no podemos ni siquiera ir al limbo, ya que la iglesia católica lo ha eliminado. ¡Qué triste destino el nuestro!

Pero debo decirles que yo tampoco tengo ninguna apetencia en vivir con ellos, de compartir un presente y un futuro que pervierten y condicionan a siguientes generaciones a vivir a caballo entre el odio y la incomprensión, y me reivindico que quiero continuar viviendo en esta España de libertades, justicia e igualdad que es la que amo y no deja fuera a nadie, que sonríe y es solidaria y trabaja por un futuro compartido. Esta es mi España y no la otra.

*Presidente de Aragonex