Aunque, al menos en apariencia, la apelación a la cultura no suele resultar ajena al discurso político, los hechos caminan con frecuencia muy por detrás de lo dicho en programas y proyectos. Sea porque candidatos y cargos electos piensan que al ciudadano le importa en realidad bien poco la médula intelectual, sea porque los propios políticos exhiben a menudo demasiadas carencias en su currículo personal, el cierzo arrastra casi siempre promesas y buenas palabras.

Sin embargo, en una sociedad tan materialista es muy importante resaltar la perspectiva humanística, tan ligada a la cultura: al César le pediría honradez y buen criterio; una mente abierta al sentir ciudadano y una sólida formación, como garantía de su buen hacer al frente de la comunidad. Habrá de conocer la historia, para no caer en los errores del pasado y, también, convendría que le adornase un gran amor por la lectura como fuente excelsa de sabiduría, pues no debe buscarse en el grito y la fuerza la mejor compañía de la razón.

Tuve ocasión, no hace mucho, de escuchar, por parte de Ortiz-Osés, una acerba crítica de la ortodoxia, del pensamiento único, de la simplicidad asfixiante; conceptos que prosperan hasta la hipérbole en la falaz arenga demagógica, tan frecuente en boca de muchos aspirantes a futuras canonjías. ¿Y dónde encontrar, pues, lo opuesto a la esclerosis dogmática? Yo afirmaría que en los libros, donde lo mejor del saber humano se ha depositado a lo largo de los siglos. Pero si tan solo el buen entendimiento intelectual puede enmendar y hacer más llevadero eso que Unamuno denominaba el trágico destino del hombre, también solo una buena formación puede ayudarnos a separar el grano de la paja y la autenticidad de la farsa.

Escritora