hay pequeñas noticias que casi no ocupan sitio ni segundos en un informativo pero que te llegan al corazón. Esta fue una de ellas: «Un jubilado aragonés ofrece 5.000 euros por contratar a su hijo». Una historia triste y cercana que refleja la tremenda crisis del desempleo, con virus y sin virus, en este país. Un pensionista de 68 años, puso un anuncio en la prensa, desesperado por la situación de su hijo, y parece que la noticia funcionó ya que al menos los medios de comunicación se hicieron eco de su curiosa oferta.

Yo desde aquí quiero volver a dedicar este artículo a ese padre valiente por no esconderse y tratar de ayudar a su hijo con discreción y privacidad. Espero que el hijo haya encontrado trabajo y el padre pueda por fin quitarse ese peso de encima. Porque como él mismo dijo en una entrevista concedida a la agencia Efe: «Es muy amargo ver a un hijo en una edad crítica en paro». Palabras dichas desde el dolor y desde el amor más absoluto. Amargura, es la palabra exacta que describe la situación por la que pasa un joven de más de treinta años sin trabajo, sin ocupación, con los estudios colgados a la espalda como un peso inservible, sin dinero para pagar su independencia, en la casa del padre, tumbado en un sofá donde se malgastan los sueños. Y estas cosas pasan todavía en un país donde una se harta de escuchar a los políticos decir sandeces a diario sobre la recuperación y el em-pleo. Si callaran, serían más honestos. Es muy grave, y alentador, que sea la sociedad civil, los ciudadanos buenos los que resuelvan las papeletas, como ha pasado, afortunadamente, con el jubilado y su llamada. Unas veinte empresas se interesaron en hacer una entrevista a su hijo, además de no querer saber nada del dinero ofrecido. Toda una lección de humanidad y un aplauso para esos empresarios que llamaron y supieron ponerse en el lugar del padre.

La verdad es que no hay que buscar muy lejos para encontrar dramas, situaciones injustas y movilizar mecanismos de ayuda para solventar lo más cercano y cotidiano. Lo que nos rodea. Este joven había trabajado en distintos empleos, encadenando contratos de mierda, hasta que ya no salió nada, y a punto de cumplir los 40 años comenzó a invadirle ese otro virus letal llamado desmotivación. Fue el momento en que el padre se puso manos a la obra para intentar salvarle porque no podía seguir viéndolo así. «El trabajo es su sueño y el mío, su felicidad y mi descanso», aseguraba Tomás. No hay mejor manera de describir lo que supone un puesto de trabajo, sentirse útil, y saber qué hacer con tu tiempo, con tu vida, con tus manos. A todo eso tenemos derecho y al Estado debemos exigir su cumplimiento. Lo demás vendrá como consecuencia de tener una nómina: casa, facturas, orgullo, cansancio, planes, vacaciones, quizás pensar en tener hijos.

Ojalá que el jubilado aragonés pueda sonreír viendo volver a su hijo reventado del trabajo, tumbarse en el sofá y compartir unas cervezas. Eso sería su mejor regalo de Reyes Magos.