Hay asuntos y problemas de suma importancia, pero generalmente se suele hablar de ellos sólo cuando un acontecimiento especial los coloca sobre el candelero (los pone de moda). Seguramente algo parecido va a ocurrir con el tema de la eutanasia con motivo del reciente estreno de la excelente película de Alejandro Amenábar Mar adentro , donde se narra la historia, conocida por todos, de Ramón Sampedro, un gallego tetrapléjico que estuvo postrado en una cama durante casi treinta años hasta que fue auxiliado para acabar voluntariamente con su vida.

Se trata de una cuestión compleja y controvertida, que afecta los valores y las sensibilidades de muchos ciudadanos. Sin embargo, el asunto principal no es la muerte, sino la vida. No se trata de que algunas personas enfermas y en situaciones extremas quieran morir. Tampoco de unos cuantos depresivos y solitarios obsesionados por el suicidio o la muerte asistida. Quien decide afrontar y resistir situaciones límite de sufrimiento y dependencia opta por vivir. Quien decide no seguir soportando esas condiciones lo hace también por amor a la vida, que valora y siente sobremanera; en otras palabras, no quiere morir, sino que no quiere vivir así, no quiere malvivir más.

Sería un error que, a raíz de ciertas militancias morales y del estreno de la película de Amenábar, se levantase una polémica maniquea. Por el contrario, resultaría recomendable ponerse en la piel de los directamente afectados por un problema de tal envergadura para comprenderlos y respetarlos verdaderamente. Cada persona, cada vida, cada problema, cada situación-límite se inserta en un mundo intrincado y complejo, misterioso, donde al ser humano que está pasando por un trance extremo se le abre la existencia en su pureza y crudeza más netas. Ese ser humano necesita ante todo cercanía, calor y comprensión. Lo demás, incluida su determinación de continuar o terminar, sólo a él le pertenece, a su conciencia, a su libertad, a las honduras inextricables de sus vivencias personales.

Son dignas de todo respeto las personas que sustentan su actitud personal en la creencia de que no deben disponer de su vida, pues ésta le corresponde exclusivamente a su creador. Lo son igualmente quienes no pueden ni quieren concebir su existencia presente y futura en condiciones de un deterioro y/o dependencia que consideran incompatibles con unos mínimos de autonomía, bienestar y libertad. De ahí la urgencia de una ley sobre la eutanasia que garantice a cada persona su derecho a vivir y morir dignamente, de acuerdo con su conciencia y su libre albedrío. Una ley no condicionada por las creencias y las confesiones religiosas existentes en España, constitucionalmente un Estado aconfesional, y que ampare, auxilie y respete a todos los ciudadanos sin excepción.

El común denominador de cualquier decisión ante la vida en circunstancias extremas debería ser precisamente el amor a la vida. Vivir no consiste sólo ni principalmente en realizar las funciones vegetativas o ciertas actividades sensitivas o mentales. Vivir es convivir en condiciones que cada uno debe considerar dignas y adecuadas. Vivir es luchar por algo valioso con otros, compartir el sol, el agua, el pan y el aire; agradecer la palabra y el silencio; extasiarse con la caricia, residir en la mente y en el corazón ajeno, recitar poemas que alivian la fiebre, y sonreír en la fiesta, el placer y la alegría, también en el dolor, el espanto y la zozobra. Cómo se lleva a cabo todo eso en concreto pertenece a la conciencia y la libertad de cada persona. Ramón Sampedro decía que aprendió durante muchos años a "llorar riendo" y por fin logró que sus aguas desembocasen plácidamente en ese océano que recoge las alegrías, incertidumbres, preocupaciones y satisfacciones de los seres humanos. Otros deciden lo contrario. A fin de cuentas, todos se sienten impulsados por el mismo amor a la vida, aunque en algunos casos su decisión pueda resultar difícil de entender o de aceptar.

¿Es posible decidir el propio final precisamente por amor (a la vida, a los tuyos, a la autonomía, a la libertad, a la dignidad)? Sin que ello signifique elevarlo a la categoría de axioma, aplicable a todos los casos, la respuesta es resueltamente afirmativa. Precisamente por aprecio a la vida, hay personas que deciden no seguir viviendo en circunstancias penosas, límite, de absoluta dependencia, de merma de tantas cosas esenciales. En tales casos, esperan de los otros respeto, ayuda, cariño y comprensión..

*Profesor de Filosofía