Las analogías, en su imperfección, ocultan un germen de falsedad que sitúan a quien las utiliza al borde de la demagogia.

En los primeros días de este año las redes arden una vez más, como es su obligación. Las celebraciones de Año Nuevo y Reyes han venido esta vez teñidas de investidura y cargadas de Apocalipsis. De vocación analógica es ese texto de José Antonio Primo de Rivera de 1930, defendiendo la unidad de España que, según afirman quienes lo difunden, podría haber sido escrito anteayer; o ese calendario de 1936, que coincide, ¡oh casualidad!, exactamente con el del 2020. De espíritu más festivo, aunque no menos apocalíptico, son las evocaciones de los locos años 20 del siglo XX, que siguieron y precedieron respectivamente a la primera y segunda guerra mundial.

Fuera de nuestras fronteras, el último libro del Nuevo Testamento engorda su ya grueso lomo con un viejo nuevo capítulo: la última carta de Trump a los iraníes.

Dicho sea de paso, feliz Año Nuevo les deseo a todos ustedes, mis queridos lectores. De fondo se escuchan tambores, y no los de Teruel en Semana Santa, que enseguida empezarán sus ensayos; sino los que anuncian y anticipan el conflicto y los que preceden a la peligrosa pirueta del artista circense en que se ha convertido el líder del PSOE.

Hay cosas que en este último año de la década siguen estando tan lejos y tan cerca como lo han estado siempre: Trump e Irán, independentistas varios y el resto de los españoles, el rojo y el azul, Teruel y Cuenca, 1936 y el 2020, el Trap de Rosalía, el flamenco y los flecos del charlestón.

Toda analogía oculta en su perversión el deseo de justificar como inevitable lo que estamos obligados a no repetir.

Sánchez dice haber encontrado el camino para resolver el conflicto político de Cataluña, cuando apenas le llega para usufructuar una senda estrecha y acosada por las zarzas, apta sin embargo para llegar a la Moncloa. Rufián se fía de Sánchez, pero solo lo justo para que no le linchen en Cataluña y no lo suficiente como para darle el sí. Podemos cumple su sueño de asaltar las puertas del cielo, aunque sea un cielo pequeñito con un dios pequeñito llamado Narciso. Torra y Puigdemont no se fían de Sánchez ni de Rufián y se refugian en un territorio cada vez más parecido a una ciudadela. Las tres derechas juntas se disputan el honor de haber obligado a la JEC a torcer el brazo de Torra. La derecha de tapa dura sigue haciendo caja en río revuelto, la de tapa blanda guarda la ropa y nada en una nada política en la que espera quedarse sola, la derecha de bolsillo hace lo que puede para evitar acabar olvidada en la playa o en la habitación de un hotel de verano. La isla de Cantabria y la de Oramas sacan pecho constitucional, mientras Teruel se conforma con existir y los aizkolaris del PNV siguen haciendo leña de cualquier árbol a punto de caer, sin importarle demasiado sus siglas.

Mientras tanto nadie exhibe la inteligencia suficiente para evitar el enfrentamiento entre quienes quieren conservar las costuras de España y quienes dicen necesitar un traje nuevo; nadie hace tampoco campaña para, llegado el momento, pedir el no en un cada vez más cercano referéndum legal, primero en Cataluña y después en el País Vasco. Los grandes perdedores de esta tamborrada seguirán siendo los de siempre: xarnegos, txakurras y otras bestias, cuyos derechos se han vendido una y otra vez por el mismo plato de lentejas y a quienes nadie nunca ha defendido ni nadie nunca ya defenderá.

En España, Ciudadanos y el PSOE tuvieron hace solo unos meses la oportunidad histórica de evitar el blanqueo de las más pérfidas analogías. No hacerlo ha condenado al primero a la extinción y al segundo, a la precariedad; y ha permitido que volvamos a un escenario analógico, en un mundo que ya debería ser totalmente digital.

Fuera de nuestras fronteras, o eso queremos creer, los sofisticados drones de EEUU pueden devolvernos, en el mejor de los casos, a algo muy parecido a la guerra fría, ¿se acuerdan? Cuando ninguno de nosotros soñaba siquiera con llevar un ordenador en el bolsillo y comprábamos los periódicos en el quiosco de la esquina.

*Escritor