Cuando el sistema se ve amenazado, utiliza todas sus armas para defenderse, no duda en recurrir a cualquier procedimiento, cualquiera, para evitar que su control sobre el funcionamiento social se vea erosionado. La aparición de Podemos ha hecho saltar todas las alarmas, ha puesto nervioso al entramado político, económico y mediático que controla nuestra sociedad, lo que le ha llevado a responder, de una manera bastante torpe, con una campaña de desprestigio. Podemos se ha convertido así en una fuerza filoetarra, populista, bolivariana, iraní, cubana, en un totum revolutum que, quizá por su estupidez y estridencia, no ha hecho mella en la ciudadanía.

Conozco personalmente a mucha gente joven de Podemos, para quienes esta es su primera experiencia política. He podido comprobar el estupor que les provocaba la recepción de este tipo de calificativos, especialmente el de filoetarras, tan del gusto de los peperos de turno, he leído un cierto desasosiego en sus ojos, he advertido una mueca de dolor en los rostros de una gente que si está ahí, dejando sus horas y sus días, es por la profunda desazón que les produce habitar una sociedad tan injusta, desigual y corrupta como la nuestra. Gente con la ilusión de pensar que otro mundo es posible y que merece la pena apostar por él. Esa misma gente me ha hablado de las dificultades de los círculos de Podemos fuera de las grandes ciudades. En los pueblos, donde todo el mundo se conoce, donde las relaciones --económicas, sociales, de dependencia-- son mucho más estrechas, el compromiso político a contrapelo es todavía más difícil. Las castas dirigentes, los caciques de turno, no ahorran en esfuerzos para dejar claro quién manda, para amedrentar a quienes tengan la osadía de pretender organizarse para ofrecer una alternativa democrática. Las palabras de Fraga, aquellas de "la calle es mía", todavía resuenan en las esquinas de nuestros pueblos. Alcaldes que se colocan en las puertas de locales donde hay convocada una reunión, para dejar claro que controlan quién acude, veladas amenazas laborales, son moneda frecuente para intentar evitar algo que a esta gente siempre ha molestado: que la gente tome la palabra.

El sistema tiene miedo. Como lo tuvo en un cierto momento en que Izquierda Unida, dirigida por Anguita, amenazaba con desplazar al PSOE. Y la contestación del sistema fue semejante. Los medios de comunicación del sistema se lanzaron a una campaña brutal de destrucción de la imagen de Anguita y de Izquierda Unida. Y lo consiguieron. En aquel entonces yo era secretario general del Partido Comunista de Aragón y miembro de la dirección federal de IU y el PCE. La presión que sufrimos fue brutal, las descalificaciones en prensa, muchas veces sobre informaciones falsas, una constante. Y también en los lugares pequeños la presión resultó más asfixiante, pues las amenazas, incluso de muerte, alcanzaban a muchos cargos públicos de IU.

Es decir, no vivimos nada nuevo. Es evidente que quienes dirigen el sistema no van a consentir de buen grado ser desplazados. Se anuncian tiempos duros. Nadie crea que el camino que lleva a desenfangar esta sociedad se va a poder transitar sin que los enfangados quieran hacernos a todos iguales, sin que los intentos de desprestigio, los ataques, las amenazas, crezcan a medida que la oligarquía que nos dirige se sienta amenazada. Y una de sus estrategias básicas será la de intentar que la inmensa mayoría de la sociedad, que comparte claramente unos intereses comunes, continúe atomizada en múltiples opciones políticas. En las europeas, hubo que elegir entre demasiadas papeletas. Si nuestra apuesta política de cambiar las cosas radicalmente va en serio, no podemos repetir los errores del pasado. Nuestra historia está llena de ejemplos en los que nuestro adversario se ha aprovechado de nuestra falta de generosidad y de inteligencia política. Hora es de dejar de hacerles el juego.

Profesor de Filosofía