Hubo una vez un burro que pensaba pero no pronunciaba, y otra, al revés, una burra que hablaba pero no pensaba.

Esta era la burra de Balaam, el profeta, y aquel el burro del gitano como todos sabemos. Así que, cruzando el burro del gitano con la burra del profeta podríamos obtener un animal que pensara y hablara, que es como definió Aristóteles al ser humano: como "animal racional" o, mejor, como "un animal dotado de logos", que es tanto como decir capaz de hablar y de pensar y por tanto de dialogar. De ahí sacaba Aristóteles inmediatamente la conclusión de que somos "animales políticos"; es decir, capaces de vivir en la ciudad, en la polis, y de resolver los problemas políticos recurriendo al diálogo y sin matarnos los unos a los otros como bestias. Todo eso es verdad.

Pero no lo es menos que un hombre y una mujer pueden comportarse por debajo de sus capacidades humanas o políticas, bien sea al hablar sin saber lo que dicen como le ocurrió una vez a la burra de Balaam o al no decir nada por mucho que piensen como hacía el burro del gitano.

Así, por ejemplo, si hemos de creer a la ministra de Administraciones Públicas, Julia García Valdecasas, cuando esta señora dijo que Maragall había pactado con los asesinos de ETA al pactar con Carod no sabía bien lo que decía: fue un lapsus linguae , y por eso se disculpó después; mientras que el presidente de Murcia, al insultar al "honorable President de la Generalitat" llamándole un borracho lo que hizo fue rebuznar.

LA PALABRA CABAL, la que discurre entre las partes para llegar a un entendimiento, el diálogo, es el medio humano y político por antonomasia. No la voz, ni el voto sin debate, ni el grito, ni el uso de la palabra como un arma. Ni la propaganda masiva, ni el slogan repetido hasta comernos el coco. Y no la mentira sistemática, por supuesto. Y menos que nada, el insulto. La mentira sistemática de un partido en campaña electoral atenta contra la misma esencia de la democracia y ataca indiscriminadamente a todos los electores, sus efectos son equiparables a los que producen las armas de destrucción masiva en una población indefensa.

El insulto, en cambio, y la argumentación ad hominem amenazan a los individuos y se asemejan más a una mina antipersonal. Hay que descubrir y destruir la mentira que corrompe la atmósfera que respiramos en la campaña y desactivar el mecanismo del insulto. Porque hemos de ser políticos, todos: los ciudadanos y quienes aspiran a representarnos en el gobierno.

Tenemos que preguntarnos qué motivos tienen algunos políticos de oficio y beneficio para mentir sin escrúpulos, para dejar que se les caliente la boca incluso antes de calentar motores o para insultar a sus adversarios sin ningún reparo ni temor de escandalizar a los electores. Aunque ha llovido mucho hasta caer chuzos de punta en pocos días, esto no ha hecho mas que empezar. ¿Por qué será? Porque es obvio que todos los políticos piensan, aunque no digan lo que piensan, cuando mienten.

Y CUANDO insultan, ellos sabrán por qué lo hacen. Después de ver con asombro la resolución con la que marchan en esta campaña, uno llega a sospechar que el Partido Popular, más que un programa, lo que quiere trasmitir es un talante y una forma de gobernar. Y eso es lo que uno teme, no la autoridad, sino la ostentación del poder como estrategia: "Esos son mis poderes", parecen decirnos, y al no saber lo que tienen en su cabeza uno teme lo que tienen debajo de ella. Y lo que teme, sobre todo, es que el fascismo sociológico se recupere al sentirse excitado por tales atributos.

Por otra parte, ni siquiera los políticos populares pueden imaginar que seamos tan necios como para tomar en serio sus disculpas: para creer que aquello fue una equivocación, como dijo la ministra; o que la bravata del otro, de Federico Trillo, fue eso, una ocurrencia que podamos dar por "no dicha" como nos dijo después, o que el rebuzno de Valcárcel fuera otra cosa que eso... Pero entonces, ¿por qué diablos se disculpan? Para mayor recochineo: para añadir al insulto consumado, el escarnio. Y para desmoralizar a los ciudadanos como animales políticos.

Porque lo propio de semejante insolencia es envalentonar a los suyos y quitar la moral a los otros. Recordemos que no es lo mismo ser un animal político que un político animal. Y que hay que elegir.

*Filósofo