Si te pagan por hacer algo conlleva que a veces hay que remangarse y limpiar los retretes. A mí me tienen aquí para comentar lo que va saliendo por las pantallas y no siempre hay guateques y risas; en ocasiones hay que taparse la nariz y entrar en el fango. Me suele suceder con algunos programas de Tele 5, una cadena que muchos espectadores la tienen anulada. Yo no llego a tanto. Por eso entré en Supervivientes. Por si no lo frecuentan, les comento que se trata de una fiesta non stop, donde unos famosotes son alojados en unas playas caribeñas, pero sin comida. A su propia bola. Chicos y chicas, todos mezclados en un campamento de verano, pero con los mozos superatléticos.

Personalmente el desarrollo me parece un coñazo, un espectáculo cuyo atractivo reside en constatar las putadas que se suelen gastar los que allí residen. Y lo encuentro demasiado guionizado, es decir, con muchas orientaciones. El que de pronto veas a los mozos meterse en el agua desnudos y por la noche, no indica que estos chicos tengan ideas propias; indica que alguien les propone que verles el culo aumenta la audiencia. ¡Uf, qué pesadez!

Pero ello forma parte de nuestro ocio televisivo. Un programa que alimenta el resto de horas de la cadena. Es un estilo, una fórmula, un modelo. A mí no me interesa conocer qué piensa la sobrina de Aznar o el hijo de Matamoros. Pero yo soy un raro, lo reconozco. Por eso veo documentales de animales de La 2. Y también algo de porno.