Hace un mes, el 9 de agosto, pocos recordaron el espanto que recorrió los mercados idéntico día del 2007: la Banque Nationale de Paris cerraba temporalmente dos de sus fondos de inversión, y con ello anunciaba la sequía de liquidez que conduciría al mundo a la mayor crisis económica y financiera desde 1929. Quizá el próximo viernes 15 se recuerde algo más que en el 2008, nueve años atrás, Lehman Brothers acudió a los juzgados de Nueva York, y con ello desencadenó el pandemonio. Quizá la prensa efectúe algunos balances de lo sucedido. Quizá el aniversario se aproveche para publicar nuevos trabajos sobre los orígenes y las razones de la crisis. Pero poco más.

Temo que esas fechas se aprovechen para destacar que dejamos atrás la crisis y que podemos volver a mirar el futuro con pleno optimismo. El primero que se ha puesto en la cola ha sido nuestro Gobierno: conocidos los datos de contabilidad nacional del segundo trimestre, ha celebrado que, finalmente, se haya superado el PIB generado en el 2008. En esta optimista visión, los estragos de la recesión se superarán definitivamente cuando se alcance el empleo anterior, al igual que hemos hecho ya con el PIB. No seré yo el que niegue esas mejoras: hace ya más de tres años que vengo insistiendo en que la economía española había doblado la esquina. Simplemente, porque la intervención europea para salvar el 30% de nuestro maltrecho sistema financiero en el verano del 2012 quebró la espiral de pérdidas de confianza, huida de capitales y espanto creciente. Pero ese optimismo tiene un par de lados muy oscuros que merecen ser comentados.

El primero: si todo está ya superado, ¿hay que continuar hurgando en el pasado? ¿Hay que extraer más lecciones de lo sucedido? ¿Habría que modificar el funcionamiento del capitalismo para evitar catástrofes parecidas? Dada la importancia de los intereses económicos que estaban detrás de la anterior, me parece difícil. Como afirma Barry Eichengreen en su Hall of Mirrors (2015), las políticas monetarias y fiscales aplicadas a partir del 2008 consiguieron evitar la repetición de otra Gran Depresión, a diferencia de los años 30; pero su triunfo restó presión para poner en marcha reformas que asentasen un futuro más estable. De hecho, en Estados Unidos ya se han elevado voces muy poderosas, de las que Trump ha hecho bandera, exigiendo el desmantelamiento de la regulación financiera puesta en pie al inicio de la crisis. Tampoco sorprende que, si la recesión está a nuestra espalda, nadie recuerde hoy la demanda de mejor distribución de la renta que efectuó el exgobernador del Banco Central de la India Raghuram Rajan en su Fault Lines (2010): en él demostró la inevitabilidad de las crisis financieras si no se ponía coto a la creciente desigualdad y concentración de riqueza. Al igual que también el viento se llevó los deseos, quizá no muy sinceros, de refundación del capitalismo, el motto de Sarkozy en el 2009. Lo dicho, el pánico obliga a actuar y a reformar, mientras que la excesiva confianza es mala compañera, en particular si sirve a los más fuertes económicamente.

Pero, en segundo lugar, no todo está superado ni, lo que es peor, se va a superar en el futuro. La visión que centra el discurso en que dejamos atrás lo peor pasa de puntillas sobre un aspecto esencial: que jamás recuperaremos la renta y el producto que debiéramos haber generado entre el 2007 y el 2014. Porque una cosa es alcanzar los niveles de actividad y empleo previos al 2008 e, incluso, ritmos de crecimiento parecidos a los de la expansión; y otra, muy distinta, recuperar lo que habríamos producido de nueva renta, ocupación y bienestar de no haber mediado la crisis. Sin esta, y con un aumento anual del PIB nominal del 3,5%, este no debería haber alcanzado hoy los 1,1 billones de euros, por encima ya del registro de 2008; por el contrario, debería superar los 1,5 billones. Ese es el coste efectivo de la recesión. Por no contar la volatilización de riqueza (inmobiliaria y financiera) y sus efectos de largo plazo en la remuneración del ahorro o el aumento de la deuda pública.

¿Por dónde desapareció ese bienestar? Lo encontrarán en la destrucción de millones de carreras profesionales, en salarios dejados de percibir, en desahucios, en destrucción de empresas, en viviendas invendibles… En una suma de sueños rotos y esperanzas -y recursos- irrecuperables. Lo dicho, vayan con cuidado en creerse el mito de la superación de la recesión. Porque si estamos en el mejor de los mundos, temo que nos estemos encaminando, inexorablemente, a la siguiente crisis.

*Catedrático de Economía Aplicada