Hoy se cumple un año de la última riada del Ebro, que tiene el triste privilegio de haber sido la mayor producida en cuatro décadas. Durante una semana, miles de personas siguieron minuto a minuto la evolución del Ebro, su constante crecimiento y cómo la cresta de la crecida superó los 3.000 metros cúbicos por segundo. Un año después de la avenida, los cientos de afectados de 27 localidades y las administraciones implicadas no se ponen de acuerdo sobre la situación actual del pago de las indemnizaciones y de la recuperación de las infraestructuras dañadas por las desbordadas aguas del Ebro. En Pradilla, la única población que tuvo que ser evacuada, todavía se aprecian las huellas que el desbordamiento dejó en sus calles. Aceras levantadas, campos que siguen sin poder ser regados y acequias aún están destrozadas, pero sobre todo preocupa en esta localidad que un año después siga sin reconstruirse el dique que debe proteger al pueblo de futuras riadas. No parece lógico que, 365 días después de las riadas, sigan destruidas parte de las motas de contención o que se siga pendiente de debatir si se debe de limpiar el cauce del Ebro o no para evitar que futuras crecidas puedan causar tan importantes daños. Algo falla y urge buscar una solución.