Igual que en esas series malas que se prolongan más allá de lo aconsejable, 2021 quiere repetir los mismos hilos de guion del 2020. Han renovado una temporada más, parece ser, y el año ha comenzado dando la vuelta, regresando a sí mismo. En Estados Unidos un postulante de aquella chirigota del Yuyu, los 'Harapahoe que joe' embiste azuzado por el todavía presidente Trump, que salió como se esperaba, golpista y marrullero.

Ese runrún del golpe de estado que viene sonando en Estados Unidos desde las elecciones es una amenaza en más lugares, por lo visto. Eso que en España llamamos «ruido de sables» no termina de silenciarse. El rey, que es un maestro de la elipsis, de no decir nada para decirlo todo, en su discurso de la Pascua Militar vino a recordar una vez más a los militares los deberes a los que les obliga la Constitución.

Felipe VI no mencionó en su alocución las cartas que ha recibido de algunos militares retirados, ni el grupo de 'guasap' en el que algunos especulaban con un golpe de Estado y una guerra civil, ni al manifiesto firmado por cientos de mandos jubilados en el que tratan de presionarlo para que se enfrente al Gobierno. No dijo nada directamente, pero basta leer entre líneas. Es cuanto menos curioso que el Rey tenga, de tanto en tanto, que recordar a los militares sus deberes constitucionales. Nunca, cuando habla para otros colectivos, se ve en la necesidad de hacerlo. Rara vez se dirige específicamente el Rey a los fontaneros, los docentes, los barrenderos o los poetas, pero si alguna vez lo hace no tiene que recordarles que deben respetar la Constitución. Que de vez en cuando tenga que hacerlo con los militares es preocupante. Me recuerda el Rey cuando hace estas cosas a aquellas madres de mi niñez, que te daban un pescozón preventivo, antes de que tuvieras la ocurrencia de hacer alguna trastada.

Y todo esto metidos en el tubo, que dirían los surferos, de la tercera ola, que se ha encadenado con la segunda, de la pandemia. Confiábamos en la llegada de la vacuna, que ya ha llegado, pero casi para nada porque la andan poniendo poquito a poco, en horario de oficina, fines de semana y festivos cerrado. Recuerda esto a aquel chiste en el que a un alma condenada le daban a elegir entre el infierno español y el infierno alemán. El tipo pregunta la diferencia y le aclaran que en el infierno español le darán a comer una cucharada de heces al día y en el alemán solo una vez a la semana. Y el tipo elige el infierno español. Cuando le preguntan, extrañados, que por qué, responde: «en el alemán no te libras de la cucharada semanal, es inamovible. Pero en el español un día no habrá heces, otro no habrá cuchara, otro el encargado de dártela estará de asuntos propios…».