Somos muy vulnerables, pero solo nos damos cuenta cuando la vida se sale de los cauces rutinarios y nos obliga a enfrentar un desafío inesperado, sea un virus traidor o una nevada pródiga. Entonces se derrumba todo lo habitual y cotidiano. También entonces emerge esa fortaleza que llevamos dentro sin ser conscientes de ello; cuando triunfa la solidaridad, la entrega, el socorro a quien más lo necesita; cuando las circunstancias nos hacen pensar en los otros como si fueran miembros de nuestra familia más querida.

Hay quienes por vocación o voluntad se dedican al servicio de los demás e incluso han hecho de ello su profesión. Ahí está la Unidad Militar de Emergencia, la Guardia Civil, los Bomberos y tantos servidores públicos. Personas que salvan vidas, que despejan los caminos y organizan las labores de asistencia durante las emergencias; que no solo cuidan de sus semejantes, sino que además se ocupan de hacienda y enseres, tal como bien conocen las explotaciones agrarias. Durante la última y cruda borrasca, muchos profesionales sanitarios han podido desempeñar su imprescindible misión gracias a que alguien se ofreció a trasladarles al hospital o centro de salud en su vehículo particular todo terreno, merced a una gentil iniciativa: SOS 4x4 que, por supuesto, también fue muy útil para el desplazamiento de enfermos y parturientas. Viene a mi memoria el recuerdo de aquellos médicos rurales, que se subían en la noche a su caballo para atender a pacientes en granjas perdidas en el monte. Doctores para todo, igual curaban fiebres que enyesaban husos rotos, mientras esforzadas mujeres, pala en mano, liberaban de hielo la entrada de la casa. Ellos ya no están; ellas tampoco, pero su espíritu perdura. Y esta nieve, juguete en mano de los niños, nos lo recuerda. Año de nieves, año de humana fraternidad.