Leo que Tina Turner cumple 81 años y no puedo evitar recordar el memorable concierto que ofreció en La Romareda en el año 1990, en plenas fiestas del Pilar. Todavía me sobrecoge recordar el inicio del show, cuando la Reina negra del rock, simplemente la mejor, emergió de una suerte de nave espacial y descendió por unas escaleras interminables con una energía increíble. Tuvo unos teloneros de lujo: El último de la fila, que ya sabían lo que era triunfar en La Romareda como grupo principal (en aquella ocasión, dos años antes, tuvieron a su vez a Más birras de teloneros). Ay, los grandes eventos en La Romareda se agolpan en mi mente. Recuerdo el emotivo concierto de Dire Straits en las fiestas del Pilar del año 1992, en el adiós de la mítica banda liderada por Mark Knopfler, su despedida de los escenarios quiso el destino que tuviera lugar en Zaragoza y resultó un broche final inolvidable. Y como buen melómanotuve la suerte de trabajar de peón montando conciertos una temporada. En La Romareda monté un par, el de Michael Jackson en septiembre de 1996 y el de Gloria Estefan en octubre del mismo año. Los técnicos americanos del Rey del pop nos preguntaron: «¿Alguien sabe inglés?». Y yo levanté la mano sin dudar. Qué inconsciente es la juventud. Mi inglés, a día de hoy, sigue siendo patético. Pero allí estaba, en el escenario probando todos los efectos del autor de Thriller: el suelo que lanzaba aire, el ascensor mágico…

En el de Gloria Estefan aguardaba durante el show en la parte de atrás, entre bambalinas, y en un momento dado le tenía que entregar a la propia artista una toalla y un instrumento de percusión. Recuerdo el contacto con sus manos cubiertas de sudor y la visión de La Romareda vibrando enfervorizada. Añoro esa electricidad que genera la música en directo (y las alegrías en La Romareda).