Cuántas veces no hubieras tirado una piedra ya no contra alguien sino contra algo, o romperías cualquier plato que te pusieran por delante incluso una vajilla entera, y el esfuerzo por frenar ese impulso te reconstruye un poco más como ser civilizado. Algunos desde su brutalidad, estratégicamente planeada quieren sacar el animal herido que todos llevamos dentro y cualquier respuesta a su altura es una victoria para ellos. Ejercen violencia discursiva, señalan las dianas a los que otros atacan, pasean su altanería envueltos en trajes de una talla menos y ellas con melenas al viento y tono piadoso. Rezuman odio y esperan a que tú contestes de la misma manera.

Solo la entereza y la frialdad pueden hacer frente a tanta provocación, solo la reflexión es capaz de parar los disturbios que están deseando. Solo los votos pueden parar al neofascismo, una papeleta es mucho más eficaz que una piedra. Es así de sencillo, en las manos de todos está no tener que soportar la criminalización de los niños extranjeros en situación irregular, el insulto a personas según su orientación sexual, religión o ideología violando constantemente el artículo 16 de la Constitución.

Históricamente se asocia a la resistencia política a los estados con gobiernos fascistas, aunque también se autodenominan antifascistas a ciertos grupos europeos y estadounidenses que desde la década de 1970 se han enfrentado, mediante la propaganda o la movilización en la calle, a los partidos y bandas de extrema derecha. No estamos ante una situación pre bélica aunque muchos parecen entusiasmados con esta posibilidad, no vivimos en 1936 y resulta difícil encontrar similitudes con ese momento histórico. Los riesgos y las incertidumbres vienen de una nueva sociedad en transición en un mundo que evoluciona a una velocidad ininteligible para casi todos.

El activismo antifascista debe ser pacífico y de resistencia cívica porque es el único que le dota de legitimidad, de ahí el poder de la desobediencia pacífica durante la era de los derechos civiles en Estados Unidos, cuando las marchas multitudinarias y los protestas contra la segregación en los restaurantes en el Sur acabaron por erosionar la legalidad de la discriminación. La resistencia pacífica en las calles y activa en las urnas es lo que hace colocar a los nostálgicos autoritarios en la zona residual de la que no debieron salir. La contención es una de las virtudes menos valoradas y más difíciles de mantener en el tiempo, y cualquier quiebra de esta deja paso a nuestros peores instintos. Los anti debemos demostrar que no todo vale, que solo el civismo nos llevará al mantenimiento de la democracia.