Cada vez aprecio más el silencio. El silencio para escribir. No se puede escribir rodeado de ruido. No se puede trabajar intelectualmente en medio de un follón de sonidos. Las bibliotecas exigen silencio. El silencio para escuchar música. Para disfrutar de la música que a mí me gusta es imprescindible el silencio. Por eso en los auditorios se exige silencio. Apaguen los móviles, por favor.

La buena música exige concentración para disfrutarla y el ruido incomoda. Si tengo entre las manos un buen libro no me entero de la música que suena. Y a veces, cuando lo intento, la música se apodera y dejo el libro y me dedico única y exclusivamente a escuchar. Hay cosas que difícilmente se pueden hacer a la vez. Al menos, yo no puedo.

El silencio para leer, desde luego. El silencio es preferible a escuchar tonterías. Aconsejan que si no tienes nada interesante que decir es mejor permanecer callado, pero demasiada gente no hace caso y casi nos obligan a vivir en medio de la obviedad y la tontería. Por eso rompo el silencio solo con mis programas favoritos. Como consumidor escucho, leo y veo solo lo que me interesa. A veces prefiero el silencio absoluto o casi, para pensar. Disfruto de un lugar en el que el silencio es llamativo. Solo lo rompen los pájaros, y a veces los niños. Pero esos sonidos alegran acompañando al silencio. Y me voy hacia allí en cuanto puedo. Me aíslo o casi. Solo conecto lo imprescindible o necesario.

Hay una inflación de debate político intrascendente, infantilizado, hecho por mediocres para consumo de desinformados. La política convertida en espectáculo. Se crean debates absurdos y se obvian los importantes. Faltan argumentos y racionalidad. Se alimenta la crispación y el ruido. Me voy esta semana a disfrutar del silencio y también del sueño reparador. En silencio, desde luego.