Al prestigioso politólogo Francis Fukuyama se le ha recordado a menudo su equivocada predicción de que el hundimiento del comunismo en 1989-91 conduciría a un «final de la historia» en el cual la democracia liberal se impondría en todo el planeta. Vladímir Putin ha ganado nuevamente las elecciones presidenciales después de excluir al popular líder opositor Alexéi Navalny y silenciar a sus críticos. Xi Jinping podrá perpetuarse en el poder después de la modificación de la Constitución china. La feroz represión ordenada por Recep Tayyip Erdogan desde el 2016 ha relegado a Turquía a la categoría de dictadura. Pero muchos votantes en verdaderas democracias también votan por líderes o partidos con tendencias autoritarias, tales como Donald Trump, Viktor Orban en Hungría, el partido Ley y Justicia en Polonia y el Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte en Italia.

Este fenómeno ha coincidido con la recuperación lenta después de la crisis financiera internacional y recesión en los países desarrollados. La pérdida de riqueza de las clases medias y bajas provocada por la crisis y las dificultades asociadas con la recuperación económica -austeridad, reformas estructurales- explican parcialmente el atractivo de los autócratas. Estados Unidos recientemente recuperó el volumen de riqueza perdido por las familias como consecuencia de la crisis (17 billones de dólares, igual al PIB del país). La globalización entendida como la libre circulación de bienes, servicios y capitales (pero no de trabajadores o personas) sumada al vertiginoso avance tecnológico está incrementando las desigualdades de renta. Se está acrecentando la brecha digital entre las personas con los estudios y aptitudes necesarias para contar con un buen empleo y las insuficientemente preparadas para la meritocracia profesional global.

Repiten los populistas hasta la saciedad la flagrante mentira de que los inmigrantes quitan empleos a los nativos, abusan de la reagrupación familiar, cometen crímenes y, en caso de ser musulmanes, amenazan la seguridad del Estado. Una pequeña minoría no integrada de inmigrantes y las redes sociales facilitan la tarea de los populistas. En la próspera Suecia las bandas criminales extranjeras protagonizaron 300 tiroteos y causaron 41 asesinatos en el 2017. La transformación a una economía digital que elimina muchos empleos sencillos y de mayor cualificación, los flujos migratorios, cambios sociales sin precedentes, el terrorismo y la corrupción siembran el desasosiego entre la población.

La falta de ideas de los partidos políticos tradicionales y la percepción de que están controlados por las élites se suma al debilitamiento de la familia y la pérdida de popularidad de las religiones moderadas y las monarquías democráticas en los países desarrollados. Los más jóvenes exigen niveles de consumo que los famosos y los medios de comunicación publicitan sin el suficiente empeño en el estudio ni paciencia. El porcentaje de ciudadanos británicos que quiere un autócrata ha ascendido del 25% en 1999 al 50% en la actualidad. La juventud da por supuesta la ausencia de guerras entre las grandes potencias mundiales que el sistema multilateral de organismos internacionales y la integración económica han garantizado. Los mayores, en cambio, temen por sus pensiones y se sienten desplazados ante los cambios tecnológicos y sociales.

El grupo demográfico más fiel a los autócratas son los hombres sin estudios universitarios. Ante un mundo complejo, el autócrata ofrece al votante vulnerable soluciones drásticas y el repliegue mediante el nacionalismo económico al refugio del estado-nación homogéneo. Promete expulsión de inmigrantes, mano dura contra la criminalidad y la retirada de esquemas de integración o acuerdos comerciales que supuestamente perjudican a los trabajadores. Sin embargo, el porcentaje de la población mundial que vive en democracias jamás había sido tan alto, aunque en países emergentes y en vías de desarrollo las elecciones a menudo se desarrollan sin suficiente libertad de expresión y prensa y desigual acceso a los medios y financiación.

La transición a la democracia de dictaduras militares en América Latina desde los años 80 es irreversible, así como la de los expaíses comunistas de Europa oriental. En África y Asia también ha disminuido el número de dictaduras. Entre las 25 mayores economías del mundo por volumen de PIB, únicamente son dictaduras China, Rusia, Turquía y Arabia Saudí. El populismo será un fenómeno pasajero si toda la sociedad se implica en la renovación de las instituciones democráticas.

*Profesor de la OBS Business School