Guardar las distancias es lo menos que podemos y debemos hacer en el mundo de la vida si queremos salir adelante con ella sanos y salvos de una epidemia. Sin contacto no hay contagio, cierto. Pero eso es la media verdad. Y la otra media es que la vida es convivencia y que el tacto, en consecuencia, también nos cura siempre que nos abrace sin apretarnos. Lo que mata es el abrazo del oso, en absoluto el abrazo de una persona que te respete, del amigo que te quiera y no digamos ya la caricia de una madre o el amor libre y responsable de tu pareja

El tacto es el sentido de la realidad, de la experiencia. La vista en cambio abarca pero no aprieta, prejuzga acaso pero no toca: ni afecta ni infecta a nadie propiamente hablando. Lo que está a la vista de todos no se altera tampoco porque lo vean, o apenas según se mire. O le miren a uno. Otra cosa es que le toquen o toque uno con sus propias manos la realidad misma: el suelo y la carne viva. No el cielo, que no está a nuestro alcance. En el tacto está el peligro y en el peligro la salvación. O en el camino, que eso es la vida con los pies en tierra: peregrinar, andar a campo través literalmente. Pero en la vida hay que andar... ¡ con tiento! Eso sí. Y hay que andar, de todos modos, para encontrarse. No para tropezar. Sin tiento se puede caer en un apuro, en una trampa en la que te pillan la mano sin darte la suya a cambio. El tiento es la prevención del tacto contra el manejo.

Quedarse en casa o ir con la casa encima como los caracoles que sacan los cuernos sin sacar el cuerpo, no es vivir como seres humanos. No es salir. No es andar con tiento sino con miedo. No es ir al encuentro o para encontrarse con otras personas. Nada que ver entonces con la convivencia real, y menos con la fraternidad que es la guinda y la gracia de la libertad y la igualdad. Sin la proximidad, el amor al prójimo es humo de pajas, como la vista que se pierde en el espacio sin prender en otros.

No es real el amor a las personas guardando las distancias sin ningún contacto. Puede serlo el respeto, pero no el aprecio bien entendido. Ni la atención que atiende, por supuesto. Sí lo es la atención que previene y se cuida de meternos en nosotros mismos pensando en los demás. La atención que se cuida para cuidar a todos.

En una sociedad de apestados está en peligro la salud del cuerpo que es lo de menos. Pero hay que cuidarse también -y sobre todo- de poner a salvo las buenas costumbres, la salud pública y la convivencia humana. Hay que ir al grano que nos duele pensando en todos y todas, cuidarnos para cuidar a todos. Pero sin descuidar las relaciones humanas y haciendo de la necesidad virtud, de las relaciones virtuales un remedio y no un remedo de los abrazos humanos.

La distancia que se nos impone no es lo normal, es como la cuaresma o cuarentena que precede a la pascua. Esta peste que nos distancia no es el objetivo. Pero vale la pena para alcanzarlo. Y si con ella lo alcanzamos pronto y mejor. Que sea una pascua florida, es lo deseable.