En estos tiempos he observado en las conversaciones que dejamos de lado al entrenador de fútbol que todos llevamos dentro y sacamos al experto en partes víricos, aunque no tengamos ni idea del tema, pero de algo hay que hablar. Escucho que hemos llegado al pico, que lo hemos sobrepasado, que el pico por aquí, que el pico por allá.

Yo los únicos picos que conozco son los besos, me digo para mis adentros. A ver si llegan, si llegan los besos por fin, que ahora ni darnos la mano, ni abrazarnos ni nada, solamente vamos tocando codos, manos en el corazón con cara de sentimiento y demás indicaciones según sopla el viento de la OMS, anhelando esos abrazos y besos de toda la vida.

También se habla mucho de aplanar la curva, y este tema, personalmente (abdominalmente), lo veo difícil. Aplanar la curva, con los gimnasios cerrados, se me antoja una hazaña muy complicada. Que no soymuy de correr por ahí, ni de ir en bicicleta. Echo de menos acudir al gimnasio y escuchar los gritos del monitor recriminándome: «¡Otra vez coge una cinta verde, que las amarillas son para las abuelas!». Qué entrañables recuerdos. No hay manera de dejar de ser un novato de gimnasio con el año que llevamos.

Me apunté en enero (propósitos de inicio de año), y a los dos meses y medio, cuando ya parecía que le estaba pillando el punto, a casa. Y ahora que con mascarillas, clases dirigidas en el exterior y toda la seguridad del mundo ya estaba disfrutando y aprendiendo una barbaridad, a casa de nuevo. Qué pena más grande.

La vida solamente da para ser un novato, me digo, no hay tiempo para más. Y en estos tiempos se percibe de forma rotunda. Principiantes de pandemia nos sentimos todos, aprendices del apocalipsis, figurantes inexpertos de una mala temporada.