En esta tierra hay mucha gente empeñada en enfrentar lo público y lo privado, demostrando la existencia de ideologías demasiado petrificadas y muy poco receptivas a entenderse con el contrario. Luego nos quejamos de los políticos, que, parece, se hablan para insultarse. Basta oír o leer a algunos ciudadanos alineados en las derechas o izquierdas «de toda la vida», para comprobar que mal podemos exigir a nuestros representantes que sean capaces de llegar a acuerdos con los que no piensan como ellos. La división entre lo público y lo privado es un muro infranqueable que separa a la sociedad, más como bandera ideológica que como resultado de un análisis serio de lo que cada idea significa.

En los años 70, cuando se anunciaba la posible llegada a Figueruelas de la General Motors, hubo mucha gente de izquierdas que se oponía a su instalación, por el riesgo de que acabara fabricando tanques (sic). Fue el primer embate contra una iniciativa privada por razones políticas. Luego vendrían otros que, con excusas más o menos elaboradas, pretendían idénticos resultados. Por ejemplo, cuando el Gobierno de Aragón autorizó la creación de la universidad privada San Jorge. Ahora andamos con la posible construcción de un hospital privado en Zaragoza.

Las dos Españas, en todas sus variantes, fructifican por todos los rincones de la geografía nacional, en todas las redacciones y redes sociales. Hay un empeño furibundo en marcar las diferencias entre las ideologías, sin otro propósito que ganar la partida, a costa del conjunto de los españoles.

Si analizamos con cuidado la composición del Congreso de los Diputados, el templo de la palabra, y atendemos a lo que dicen unos y otros, llegaremos a la conclusión de que la España política y, supongo, una parte de la civil, la forman separatistas, populistas, fachas, semifachas, demagogos, escracheros, neocomunistas, radicales, dogmáticos, antitodo, bufones, sectarios a favor y en contra de lo que sea, manipuladores, individuos de derechas y de izquierdas por transmisión genética, etc. Las palabras constitucionalista y moderación han desaparecido del argot parlamentario. No están de moda, no forman parte de la denominada nueva política.

Hacer dependER toda la política de una potente nación como España, de que Sánchez siga en la Moncloa, aprovechando la ausencia de alternativa al actual Gobierno y jugando con las piezas más variadas del tablero parlamentario, en la denominada aritmética variable, lleva a nuestro país al mayor caos político desde la transición. Si, al menos, tuviéramos la posibilidad de escudriñar sobre lo que realmente piensa Sánchez, aparte de su deseo de seguir siendo inquilino de la Moncloa de forma vitalicia, habríamos dado con la piedra roseta y podríamos descifrar el jeroglífico de la política española. Hasta que ese momento llegue, intentaremos avanzar en la idea de sumar lo público y lo privado. Igual de esta forma aprenderemos a multiplicar las energías de nuestro país.

Nadie duda de que, en todos y en cada uno de nosotros, como individuos, confluyen siempre los ámbitos privado (libertad y propiedad) y público (servicios universales). Es una forma de simplificar la cuestión y no creo que nadie esté dispuesto a renunciar ni a su libertad o propiedad, ni al uso de los servicios públicos. Si lo que llamamos público y privado son compatibles, ¿porqué no aceptamos que su suma es más rentable para la sociedad que su mutua exclusión?

No alcanzo a entender en qué perjudica los intereses generales construir un hospital en Zaragoza, con 500 camas, respaldado por más de 100.000 tarjetas sanitarias. Un centro dotado de medios de última generación, que genera empleo cualificado, sin costarle un euro al erario público. Al contrario, supone ingresos para la administración autonómica y una entrada adicional al ayuntamiento que podrá destinar ese dinero a lo que considere más necesario para los zaragozanos.

Un proyecto que, además, quitará presión a la sanidad pública, por la evidente reducción de sus listas de espera. No olvidemos que casi todos los beneficiarios de la sanidad privada, pagando, lo son también de la pública que no utilizan. Nunca ha estado tan garantizada la sanidad universal como en nuestra época. Lo acabamos de comprobar.

El problema parece radicar en que «alguien» puede ganar dinero. ¿Es perjudicial para el interés general que un emprendedor gane dinero si paga sus impuestos? Los empresarios, los trabajadores y los autónomos, todos privados, son los que crean la riqueza y el empleo de un país. Son los que hacen que un país crezca, con cuyos impuestos se garantiza el sostenimiento del Estado. Quizá lo que algunos buscan es precisamente la aniquilación del Estado.

En pleno tercer milenio la próstata no tiene ideología. Le da igual que la opere un funcionario o un particular, siempre que sea médico.