Cuando hace ya una semana de las elecciones catalanas, la derecha política y mediática sigue intentando eludir la autocrítica. Comenzó tratando de anular la victoria socialista porque el buen resultado del independentismo la convierte en irrelevante, ha situado la responsabilidad de dicha victoria en las cesiones de Sánchez y ha lamentado la poca movilización del autoproclamado «constitucionalismo» con referencias a una refundación del centro derecha como receta para recuperar peso electoral. Pero ni ha explicado cómo frenar el ascenso de la extrema derecha, ni se han asumido responsabilidades por aceptar su apoyo como una alianza natural en muchos territorios.

José Álvarez Junco utilizó la expresión «aprendiz de brujo» en la biografía sobre Alejandro Lerroux titulada 'El Emperador del Paralelo'. Diputado por Barcelona en 1901, donde la Lliga Regionalista o la coalición Solidaridad Catalana crecían entre la burguesía mientras los trabajadores se movían entre el republicanismo federal y el sindicalismo revolucionario, desplegó una retórica populista, patriotera y anticlerical para atraerse el voto obrero, sacarlo de la abstención propia del anarquismo y conseguir superar a un nacionalismo catalán que progresaba tras el desastre del 98.

Violencia anticlerical

Modernizó la política, con mítines masivos o concentraciones al aire libre, y cosechó éxitos electorales como el de las municipales de 1909. Pero la violencia verbal de sus mítines tuvo consecuencias inesperadas: cuando la guerra de África exigió movilizar reservistas desde el puerto de Barcelona, comenzó un motín antiquintas que el movimiento obrero decidió canalizar mediante una huelga general. En cambio, la agitación derivó en seguida hacia una violencia anticlerical que no se veía desde el verano de 1835, la Semana Trágica, durante la cual ardieron buena parte de los conventos de la ciudad y se produjeron extrañas profanaciones de tumbas de religiosas. Lerroux había señalado, con argumentos emotivos y viscerales, a un enemigo contra el que se dirigió la ira popular cuando estalló un conflicto sin relación aparente con la Iglesia católica.

La actitud tanto de la derecha españolista como del independentismo de los últimos años presenta ciertas similitudes. El Partido Popular decidió incendiar el territorio con su recurso al Estatut ante el Tribunal Constitucional, que le dio la razón en el 2010, para hacer oposición y asegurarse votantes en el resto de España mientras creía asumible el coste en Cataluña. La reacción de muchos catalanes, ciertamente nacionalistas, fue la de optar por partidos independentistas, ya que el Estado español les negaba la posibilidad de desarrollar un estatuto que contenía artículos muy parecidos a los de otros territorios, no recurridos ante ningún tribunal. Para Esquerra Republicana fue una salida lógica y natural, que le permitiría competir por ser la primera fuerza política, mientras que la derecha de Artur Mas tomó la decisión ante la previsible fuga de votos o como relato alternativo al que ya se estaba conociendo, es decir, que la derecha política catalana era tan corrupta como la española.

Españolistas

Cuando entraron en escena otras formaciones españolistas como Ciudadanos, las referencias políticas identitarias (imposición del catalán, adoctrinamiento en las escuelas, manipulación en la televisión pública…) no solo no cesaron, sino que se intensificaron como consecuencia del 'procès', otra ceremonia emotiva para hacerse con el voto independentista que se traicionó a sí misma segundos después de haber conseguido su objetivo.

Casi todos los partidos y los medios coinciden en que actualmente nos encontramos en un momento de «distensión» de la política catalana, por lo que el resultado de la extrema derecha podría parecer sorprendente. Pero, como sucedió en la Barcelona de Lerroux, una vez que se han pronunciado las palabras mágicas del conjuro, resulta muy difícil controlar sus consecuencias. Si finalmente la derecha española se reagrupa y se modera, ¿seguirá contando con la extrema derecha para gobernar? En caso afirmativo tendrán que hacer concesiones y entonces, ¿quién asegura que no seguirán avanzando, sin prisa pero sin pausa, por un espacio político cada vez más permeable?