De vez en cuando los ciudadanos se cansan (a menudo con razón) de la politica habitual, y la gestión diaria de los partidos que la encarnan provoca entre la gente desilusión y rechazo. Una desilusión y un rechazo que, antes o después, es detectada por nuevos profetas, una especie que nunca falta en nuestras sociedades. La pretensión de estos profetas no es otra que suplantar a los partidos tradicionales y se fundamenta con frases como: «ya no hay que hablar de izquierda o derecha, ahora son los de arriba contra los de abajo». O también: «en una sociedad transversal, las soluciones deben ser transversales». A lo que se añade que todo lo demás es «vieja politica», «casta», o régimen del 78. Digamos ya que ese tratamiento se lo ha merecido, con nota alta, la gestión que en los últimos años han hecho los partidos históricos. Todos, sin exclusión.

A veces, como ha sucedido en Italia, o como de otra manera viene sucediendo en Gran Bretaña o Estados Unidos, los profetas se llevan el gato al agua y los resultados empiezan a demostrar que las presuntas formas nuevas de hacer política conducen a algo mucho más viejo que lo que se pretendía sustituir. Conducen a los populismos de izquierda y derecha (a menudo tan parecidos que cuesta distinguirlos y que incluso pueden coaligarse con un mismo programa xenófobo y ultranacionalista, sin que por ello se les caigan los anillos, como la Liga y los grillini en Italia).

Otras veces, y eso parece que está sucediendo en España, los representantes de la «nueva política» obtienen buenos resultados electorales, incluso excelentes para haber sido conseguidos en tan poco tiempo, pero los partidos tradicionales aguantan el embate sin verse del todo anegados por esa marea. Eso lleva a cambios sustanciales, y el más importante es un nuevo panorama político en el que el bipartidismo, que aguantó casi cuarenta años con mayorías suficientes para gobernar en solitario (unas veces el PSOE y otras el PP) se convierte en un Parlamento fragmentado, un Parlamento que precisa de pactos, acuerdos y diálogo permanente si se pretende llevar a cabo una labor de gobierno. Y lo mismo sucede en ayuntamientos y comunidades autónomas. Yo diría que el resultado, al cabo de unos años de encuentros y desencuentros que han generado una grave situación de bloqueo, ha evolucionado hasta clarificar las cosas en buena medida. Por decirlo de una manera muy gráfica, todo apunta a que, después de todo, se está volviendo a producir un realineamiento en torno al eje clásico: derecha e izquierda.

El debate presupuestario y la moción de censura han permitido observar que los grupos de la derecha se alinean, como acostumbran, de manera sencilla y natural en torno a los intereses que representan. Incluso si ello obliga a Ciudadanos a renunciar en buena medida a su bandera de regeneración. También la moción ha puesto de manifiesto la inteligente rectificación de Podemos que, después de haber impedido que gobernase Pedro Sánchez con Ciudadanos, hace dos años, le ofrece ahora su apoyo con generosidad y sin condiciones para desalojar a Mariano Rajoy. Es cierto que las particularidades de esta moción de censura, tras la demoledora sentencia de la trama Gürtel, hicieron sumar votos de grupos situados en el espectro de la derecha política, pero salta a la vista que el apoyo principal a Sánchez procede de la izquierda. De manera especial, de quienes aspiran a disputar al PSOE el espacio electoral.

Es momento, pues, de tomar buena nota de lo ocurrido y de obtener las consecuencias oportunas de cara a las instituciones, sobre todo de las instituciones en las que la aritmética permite sumar mayoría a las formaciones de izquierdas. De replantearse una vez más la fórmula que mejores resultados ha ofrecido siempre que se ha aplicado: me refiero a la unidad de la izquierda.

Es por eso que las circunstancias actuales me parecen las más adecuadas para abordar, de cara a lo que queda de legislatura, un diálogo serio y riguroso dentro del Ayuntamiento de Zaragoza y de las instituciones autonómicas aragonesas. En su momento, y para facilitar pactos estables con gobiernos de izquierdas, algunos (entre los que nos contábamos Ramón Anía y yo mismo) solicitamos en nombre de más de 500 militantes la dimisión de Javier Lambán y Carlos Pérez. Para facilitar los pactos y porque habían obtenido el peor resultado electoral de la historia. Pues bien, aún hay tiempo para abrir unas negociaciones cuyo fin más deseable sería alcanzar acuerdos de gobierno estables entre los partidos de la izquierda, aparcando los enfrentamientos y los desencuentros (incluso personales o, sobre todo, personales) que han dificultado hasta la fecha esos acuerdos, que sí facilita la aritmética de los escaños.

Tampoco tiene mucho sentido seguir con la política que impulsa el PSOE de Javier Lambán. El coste político de pactar los presupuestos con la izquierda y gestionarlos con la derecha no lo compensará el efecto Sánchez. Y aún menos se entenderá que pacten los impuestos con Ciudadanos y PP. Esto es lo que, en Francia, llaman el muro del dinero, y es lo que distingue a la izquierda de la derecha.

Una política, la de Lambán, que tiene su correlato en al ayuntamiento de la capital, donde demasiadas veces aparecen los socialistas (y CHA) alineados con la derecha en un frente común contra el gobierno municipal de ZeC. Ni tienen sentido las provocaciones que, también demasiadas veces, se lanzan desde algunos sectores de ZeC o Unidos Podemos para distanciarse de los socialistas.

Algunas actitudes, que podrían entenderse desde el espejismo del sorpasso con el que ha venido jugando la formación morada, carecen de sentido ahora. Si el sorpasso llega a producirse algún día, es evidente que no ocurrirá de inmediato, y la forma positiva con la que ha acogido la opinión pública la formación del nuevo gobierno de Pedro Sánchez parece indicar que quien ponga palos en las ruedas, sea por obtener réditos electorales o por malquerencias personales, lo pagará electoralmente. Es hora, por lo tanto, de dejar a un lado esa visión miope y abrir el horizonte a la colaboración que reclama desde la calle el electorado de izquierdas

El planteamiento de Íñigo Errejón acerca de una «colaboración virtuosa» de los partidos de izquierda que beneficie a todos es, en mi opinión, lo más acertado. Creo, sinceramente, que ese es el futuro deseable. Incluso si, como en Aragón, parece aún muy difícil.

*Exdiputado del PSOE