La afición por el juego no es una novedad en nuestro entorno, desde la tradicional lotería o el cupón hasta las cartas, las apuestas hípicas, la quiniela o la ruleta del casino, las máquinas tragaperras. En casos extremos, sin embargo, la afición se convierte en enfermedad, la ludopatía, un trastorno que ya fue definido como tal por la OMS en 1992. Este es un factor, quizá el primero, que debe tenerse en cuenta a la hora de analizar este fenómeno social que ha encontrado en internet y el deporte de élite una espoleta de una potencia incalculable.

Las personas que viven en esta espiral de trastorno del conocimiento y pérdida de control deben tratarse bajo perspectiva médica. El juego al que estábamos habituados, sin embargo, ha cambiado de registro con ese boom de las apuestas on line, un compendio de atracción por el dinero fácil, tramas sospechosas y facilidad extrema de adicción. Se convierte en un peligro sobre todo para muchos jóvenes, algunos menores, que no contemplan la actividad lúdica, en principio, como amenazante, algo que, por desgracia, viene confirmado por la experiencia. El autodenominado sector recreativo digital -apuestas a través de la red- vive un momento álgido, con una publicidad agresiva y con la promesa de ganancias cómodas, algo que, sumado a la posibilidad de concretar las apuestas sin límite horario, con inmediatez y anonimato, se convierte en una bomba de relojería que aumenta considerablemente el nivel de ludopatía.

En el sector, las apuestas en el deporte (desde el fútbol al tenis, pasando por cualquier otro y en cualquier categoría, colectivo o individual, y con una multitud de parámetros para apostar) se llevan la mayor porción del pastel, casi la mitad del total, que incluye el póquer, casinos virtuales o máquinas de azar. Los expertos advierten de que este juego genera un nivel de persistencia más alto que los tradicionales, con cantidades más elevadas que en el terreno presencial y con una considerable capacidad de generar adicción. La práctica se da incluso en menores (que sortean la prohibición de jugar) y en franjas muy jóvenes de la población.

Elcaso del Eldense y los amaños habituales en categorías inferiores revelan el lado oscuro del deporte, dominado por mafias. Las trampas deben combatirse legalmente a nivel global, pero más urgente aún es poner en primer plano la propia esencia de una actividad que, sin una regulación efectiva, es proclive a generar hábitos individualmente nocivos y socialmente preocupantes. En Aragón, colectivo que luchan históricamente contra la ludopatía, como Azajer, reclaman que las autoridades pongan toda la atención sobre el problema y que las familias controlen el gasto de los jóvenes en estos entornos digitales, antes de que la curiosidad pueda convertirse en adicción.