Desde la Fórmula 1 a la Sub-15 de Waterpolo española pasando por la cuarta división de fútbol islandesa, donde se pueden ganar hasta 20.000 euros en un partido: todo es apostable. En algunos casos las apuestas se basan en la calidad o la pasión deportiva, pero otros responden a amaños dirigidos por auténticas multinacionales que mueven y blanquean miles de millones desde España a la China Popular. Esto no va solo de élites, la corrupción del deporte se practica, también, en los estadios más humildes, salpica al planeta entero, engorda las finanzas más rumbosas y contagia a chavales de toda condición. De qué, si no, han aparecido como setas casas de apuestas junto a campus universitarios e institutos de secundaria. Scouts, así llaman a los chicos que estas multinacionales utilizan a pie de campo para transmitir partidos de tercera división, o de juveniles, a través de una tablet. No se pueden retrasar ni un segundo en cantar un córner porque, probablemente, tienen al lado al padre del delantero central que está apostando o que ha amañado el partido. Sabíamos de la trama de las apuestas en la alta competición. En mi caso, a través de Dogs of Berlín, un thriller de Netflix en el que dos clanes berlineses se enfrentan por el monopolio de las apuestas amenazando, extorsionando, comprando y hasta asesinando a futbolistas. Hay multinacionales especializadas en «servicios de integridad deportiva» que colaboran con las Fuerzas de Seguridad para evitar la corrupción. Y resulta que ya se ha corrompido lo más puro y limpio del deporte. ¡Ascazo!.

*Periodista