La ciencia ha hecho indiscutible lo que era evidente: todo lo que rodeó a los antecedentes y a los consecuentes del accidente del Yak 42 fue una inmensa improvisación, una falta de seriedad, una deficiente gestión y un deseo desarbolado De evitar las responsabilidades políticas. Federico Trillo mintió reiteradas veces, tergiversó informaciones y se precipitó en un afán de cerrar cuanto antes y a cualquier precio --incluso entierros con identidad equivocada de las víctimas-- un asunto por el que debió dimitir en demostración de la asunción de responsabilidades evidentes. Federico Trillo ya no es ministro del Gobierno pero sigue siendo diputado.

Si fuera un hombre de honor, debería dimitir de su escaño porque lo logró desde la ventaja que le daba su posición de ministro y sin el desgaste del conocimiento de los hechos que ahora nos ocupan. Su celebre frase de "si pudiera devolver la vida a los fallecidos no dudaría en dimitir" le obliga a hacerlo ahora para que por lo menos devuelva parte de las ofensas inferidas a las familias de las víctimas. Los soldados españoles que murieron en el accidente de Turquía nunca debieron haber volado en aquellos defectuosos aparatos porque el Ministerio tenía información suficiente como para haber determinado que los vuelos no eran seguros. Para ocultar estas evidencias tan indiscutibles, se recurrió a todo tipo de artificios y a precipitaciones ancladas en la falta de conmiseración de las víctimas y sus familias.

Ahora ha pasado el tiempo que Trillo necesitaba para distanciar los hechos de la presión de la opinión pública para ejercer responsabilidades por las negligencias anteriores y posteriores al accidente. El volumen de las equivocaciones en la identificación de los cadáveres es de tal naturaleza que descarta un trabajo bien hecho y errores accidentales. Falta por determinar si hubo una orden precisa, dolosa y concreta para que el traslado de los cadáveres se realizara con una celeridad tal que hiciera inevitable lo sucedido.

*Periodista