Tomo el título prestado de una famosa y oscarizada película de mediados de la centuria pasada porque viene al pelo con el tema de estas líneas: nuestra santa y costosísima madre Iglesia, que lleva veinte siglos empeñada en hacernos la eternidad más llevadera a los mortales (queramos o no) y cuyo trato escandalosamente favorable por parte del Estado, eso que llamamos concordato para entendernos, lleva camino también de eternizarse. Como llevo camino de eternizarme yo recordando una vez tras otra las promesas de los gobernantes que, cuando son de izquierdas y están en la oposición, se llenan la boca asegurando que denunciarán esos abusivos acuerdos con el Vaticano nada más llegar al poder y sufren una amnesia repentina cuando pisan los despachos de Moncloa y los ministerios.

Bueno, lo de la amnesia es una forma de hablar, porque me consta que a algunos no se nos han olvidado esas promesas, realizadas en el comité federal ¡hace 40 años!

Mientras, los purpurados monseñores no se están quietos, no. En lugar de agradecer esa votación, lanzan una feroz ofensiva desde los púlpitos, la prensa cavernaria y los escaños de la derecha extrema y la extrema derecha contra el tímido anuncio gubernamental de que la futura Ley de Educación establecerá la prioridad de la enseñanza pública frente a la concertada. Otro mecanismo, este de la enseñanza concertada, que proporciona a la Iglesia católica no solo el privilegio de adoctrinar a millones de ciudadan@s desde su más tierna infancia, sino también pingües beneficios económicos. Esto es lo que no quieren de la ley Celaá. O sea, lo que es de Dios y lo que es del César, que todo aprovecha para el convento.

Intolerables beneficios

¿Por qué tanto miedo (llamemos a las cosas por su nombre) a tocar uno solo de esos intolerables privilegios? ¿Acaso temen los gobernantes que una inmensa mayoría de españoles, fervientes católicos, se revuelva contra ellos? Los estudios sociológicos insisten una y otra vez en que no es así. No sé si Azaña estaba en lo cierto cuando dijo que España había dejado de ser católica, pero todo indica que ahora ya no lo es. Los creyentes están en minoría… y los que practican esa religión (es decir, los que se la toman en serio) no llegan ni de lejos al 20%.

¿Hay mucho católico emboscado? En los partidos de izquierdas, desde luego, y lo sé por experiencia, pero no creo que los haya en la sociedad: no tendría ninguna lógica que a tanta gente le diese por ocultar unas creencias que no están perseguidas, que no merecen ningún reproche social y que, lejos de ello, reciben un trato tan exquisito de los poderes públicos.

Así que no alcanzo a comprender el motivo por el cual no figura, entre los problemas que preocupan a los españoles, la denuncia de los acuerdos con la Santa Sede que, según la asociación Europa Laica, hacen que el Estado español aporte a la Iglesia católica más de 11.000 millones de euros anuales entre subvenciones directas y exención de tributos que hacen vivir a los obispos en un verdadero paraíso fiscal. 11.000 millones, nada menos que el uno y pico por cien del Producto Interior Bruto.

La única explicación razonable que se me ocurre para semejante despropósito es que la mayoría no es consciente de la magnitud del problema. Que ignora esos datos que hablan por sí solos y que, si no sonara inadecuado aquí, me atrevería a decir que claman al cielo.

Y no es porque sean datos ocultos, celosamente guardados. Han sido publicados una y otra vez pero, por las causas que sean, no aparecen nunca en la agenda del debate político y solo marginalmente aparecen en la del debate mediático con la salvedad de los medios conservadores que, obviamente, se muestran conformes con esos generosos donativos y aun les parecen pocos.

La religión católica, como todas la religiones, sacraliza la ignorancia de la población y obtiene de ella su poder. La metáfora que convierte a los curas en pastores, y a los ciudadanos en un rebaño de ovejas, es suficientemente explícita… ¿Quién ha visto a las ovejas exigir explicaciones al pastor por los beneficios que obtiene explotando su lana, su carne y su leche?

Por eso, una vez más, vuelvo a poner la cuestión sobre el tapete, para combatir esa ignorancia propiciada desde los poderes y recordar a los olvidadizos lo que nos cuesta a todos mantener los privilegios del clero. Lo vuelvo a hacer y lo haré cuantas veces sea necesario. De aquí a la eternidad.