El viernes, el rey Felipe presidirá en Figueruelas un acto simbólico por el comienzo de la producción del modelo Mokka en la planta de Opel en Figueruelas. La compañía deja atrás años de crisis estructural del sector y coyuntural de General Motors (GM), que trajeron una incertidumbre trufada de regulaciones de empleo, e inicia una etapa de esperanzador incremento progresivo de la producción. Está previsto que el año que viene sean ensamblados 400.000 vehículos y que la fábrica aragonesa alcance el pleno rendimiento en el 2016 con la producción, además del mencionado Mokka y del Corsa, de otros dos modelos remozados: el Meriva y el Citröen C3 Picasso, gracias a las sinergias entre GM y el grupo PSA.

Es una noticia magnífica para Aragón, sin duda, pero vista en perspectiva supone una involución porque coloca a la comunidad autónoma 20 años atrás. Tras un par de décadas intentando desarrollar actividades complementarias, públicas o privadas, vuelve el fantasma del monocultivo del automóvil. La hiperdependencia de una actividad en su máxima expresión, en ausencia de otros sectores capaces de ocupar mayor espacio y de prepararse para tomar el relevo si fuera necesario. No se trata de echar por tierra el papel de GM en Aragón, ni de renegar de su futuro esplendoroso, pero alcanzando el final de la legislatura autonómica conviene preguntarse cuál es el proyecto de Aragón. El Gobierno merece un fuerte tirón de orejas porque ha trasladado la sensación muy fundada de que vegeta en el Pignatelli sin un proyecto para la comunidad. Una amonestación de la que se ha hecho acreedora, en general, una clase pública incapaz de buscar horizontes o de marcar nuevas líneas estratégicas para una comunidad que en su día al menos lo intentaba.

Era necesario taponar las urgencias de la crisis (mantener el gasto en los servicios esenciales, incrementar las ayudas de urgente necesidad, racionalizar las cuentas públicas...), pero bajo ese mantra la DGA ha mostrado sus abundantes incapacidades. La principal institución parece no tener un plan claro, una hoja de ruta a la que agarrarse para afianzar el tímido crecimiento actual. Atrapados en el axioma de la austeridad, el PP y el PAR no han podido, no han sabido o no han querido ofrecer alternativas. La logística se ha convertido en un foco de podredumbre, porque siendo necesario indagar excesos, irregularidades o delitos presuntamente cometidos en Plaza, se ha devaluado tanto su imagen que ya no se presenta como un foco de desarrollo y de expectativas sino de problemas y de dudas. Por no hablar de la nieve, que aguanta como sector estratégico por inversiones pasadas de Aramón, pero no por las nuevas ideas de futuro.

Algún benevolente pensará que bastante ha tenido el Ejecutivo con ordenar recursos y depurar responsabilidades, pero a quienes piden el voto ciudadano para dirigir lo público hay que reclamarles algo más que la mera administración de los servicios, el control del gasto o la redacción de leyes. Un proyecto para Aragón.... Un plan. Y no se puede decir que el del PP de Luisa Fernanda Rudi sea bueno, malo o regular. Directamente no ha existido como tal. La presidenta parece haberlo intentando, poniéndose a la cabeza de una ronda de contactos con empresarios o inversores de comunidades limítrofes en desayunos informativos para vender las potencialidades de Aragón. Pero ese cuaderno de venta, lleno de generalidades, a modo de diagnóstico frío basado más en datos que en compromisos, es a todas luces insuficiente.

Un ejemplo paradigmático de todo ello lo encontramos en el sector del turismo de nieve. Consolidada la expansión del dominio esquiable en el valle de Tena con las mejoras en Formigal, se optó por abandonar la expansión de Cerler por Castanesa al fiarse todo el desarrollo al urbanismo, hoy imposible. Se abrazó entonces la idea de unir las estaciones del valle del Aragón, Candanchú y Astún con la de Formigal, pero apenas se ha avanzado en el ámbito administrativo y mucho menos en el debate político, técnico y ciudadano para acometer un proyecto de tal calado. Algo parecido ocurre con la Travesía Central del Pirineo, que ha desaparecido prácticamente de la agenda pública salvo en periodos concretos como las últimas elecciones europeas. Hace apenas un año, en Madrid, la presidenta aseguraba que las obras comenzarían en 2020, pero desde ese anuncio a esta parte no se ha movido un solo papel sobre comunicaciones transfronterizas. Más al contrario, los aragoneses asistimos impasibles al envejecimiento implacable de una línea de Canfranc dejada de la mano de Dios, en sinceras e indolentes palabras de la ministra Ana Pastor, y al cierre unilateral por Francia del túnel carretero de Somport.

Ojalá que la cercanía de las elecciones sirva para que los partidos, y en especial el PP por tener la responsabilidad de gobierno, dibujen ese plan que necesita la comunidad. Un plan con el que dilucidar los ejes de desarrollo por los que conviene apostar y desde el que garantizar la financiación mínima con la que trabajar. Sin dinero es difícil evolucionar, pero más difícil es hacerlo sin pensar. Pero parece que ya no solo faltan dinero e ideas, sino ganas o valor para explicarle a los ciudadanos la realidad tal y como es.