Tras una jornada electoral muy normal en lo que se refiere a participación y ausencia de incidentes, y un recuento que llenó la noche del domingo de nervios y noticias contradictorias, el resultado del 26-M aparece ya diáfano, pero complejo y de difícil pronóstico. ¿Quién gobernará al final en Aragón, sus ciudades y pueblos, sus diputaciones provinciales y sus comarcas? Habrá que verlo.

En teoría, los electos del PSOE, los más votados con diferencia, tendrían que ponerse ya en contacto con otros partidos para negociar pactos que les permitan trabar mayorías absolutas para hacerse con los diferentes órganos ejecutivos. Pero esa es una posibilidad difícil en lo que se refiere al Gobierno de Aragón y las alcaldías de Zaragoza, Huesca y Teruel. En realidad, todas estas instituciones y otras más amanecieron ayer con cámaras donde son las derechas las que suman los diputados o concejales necesarios. Las fuerzas conservadoras, encabezadas por un PP que perdió muchos votos y puestos pero sigue siendo el primero de su bloque ideológico, están en condiciones de poner en pie eso que años atrás (ahora ya no) llamaban «pacto de perdedores».

A los socialistas, en especial a su secretario general, Javier Lambán, aspirante a la presidencia del Gobierno autónomo, les quedan dos bazas por jugar: un acuerdo amplio con Cs (que permitiría a ambos partidos controlar la DGA y el ayuntamiento zaragozano sin necesidad de más socios), o un pacto con el PAR, además de con las otras izquierdas, que les dejaría en condiciones de seguir en el Pignatelli.

En todo caso van a ser acuerdos complicados. Con tres o cuatro componentes insustituibles y una difícil armonización de intereses. Por eso ya corren rumores sobre posibles ofertas. Por ejemplo que el PP estaría dispuesto a ceder a Cs la presidencia del Gobierno regional a cambio de la Alcaldía de Zaragoza, lo cual parece más bien la invención o el deseo de alguien que una posibilidad factible. Habrá que tener paciencia.

El poder institucional gira a la derecha, pese al auge del PSOE en las urnas. Pero todavía no está resuelta la abigarrada ecuación que ello supone. Es preciso despejar muchas incógnitas. Tras una cita con las urnas en la que los que ganaron perdieron y viceversa, solo una cosa está clara: no habrá futuro democrático sin diálogo y transacción. Llega la hora de los pactos.