El pasado jueves, mientras en las Cortes aragonesas el rodillo PP-PAR aprobaba con mucho retraso los presupuestos de la comunidad para 2014, salía a la luz el dato de ejecución de la inversión prevista para el 2013: apenas un 47% de lo acordado, según el acumulado existente a finales de noviembre. Simultáneamente, la EPA ponía encima de la mesa un hecho escalofriante: Aragón se ha convertido en una de las comunidades donde más empleo se destruye. Y lo que es peor, no solo aumenta el paro sino que también disminuye la población activa. Para echarse a temblar.

Podríamos repetir el editorial con el cual comentó este diario la aprobación de los presupuestos vigentes durante el año pasado. Entonces advertimos que las cifras refrendadas por la coalición que gobierna Aragón eran un simple desideratum, un trampantojo bastante inverosímil. Ni la inversión ni los ingresos eran creíbles. Auguramos que aquellas cuentas jamás se podrían cumplir. Y así ha sido. No ha cuadrado nada... salvo el aumento imparable de la deuda y del paro.

En una huida hacia adelante, los de este 2014 han sido bautizados por el Ejecutivo como los presupuestos "de la recuperación". ¿De qué recuperación? Nuestra tierra está retrocediendo en todos los ámbitos de la economía. Por supuesto que seguimos en porcentajes macro que mejoran la media española. Pero es que siempre estuvimos por encima de dicha media a la que ahora nos estamos acercando en un movimiento constantemente acelerado. El vaso está medio lleno, de acuerdo. Lo malo es que se está vaciando sin aparente remedio.

Con la comunidad parándose de forma tan alarmante y el Gobierno funcionando al ralentí y dedicándose a tapar agujeros destapando otros, lanzar otros presupuestos de cartón piedra demuestra una enorme falta de responsabilidad. Y más cuando se fía el aumento de los ingresos a una recuperación que nadie ve por ninguna parte (salvo Rajoy y sus seguidores, empezando por Rudi) e incluso se han producido en Aragón rebajas fiscales, por ejemplo en los impuestos de sucesión y transmisión.

El resultado de esta falsedad presupuestaria cae a peso sobre la actividad económica, sobre los servicios públicos cada vez más devaluados y sobre un territorio donde apenas funciona algo que no sean las habituales redes clientelares de quienes gobiernan. Así, ¿hasta cuándo?