La fiesta de los Aragoneses del Año fue un éxito de participación y organización, y un baño de autoestima para todos los asistentes, más los miles de telespectadores de la 2.

El gran desafío de la presente edición consistía en "vestir" uno de los gigantescos pabellones de la Feria de Muestras, transformándolo en un descomunal plató-comedor, capaz de albergar a cerca de mil quinientos comensales.

Objetivo que, francamente, se consiguió con creces. Pisando esa suave moqueta de color rosa palo, apreciando la dulce iluminación de las decorativas torres de luz, o las flores naturales que abarandaban los laterales del escenario, resultaba imposible imaginar que, apenas unos días antes, en ese mismo pabellón, habían rodado tractores y maquinaria agrícola.

Quien rodó como una moto fue el presentador, Luis Larrodera, primer aragonés, por cierto, que oficiaba como maestro de ceremonias, y que lo hizo bien, adornándose en las pausas publicitarias con jocosos comentarios y chistes subidillos de tono. Hasta le pidió un papelito a Miguel Angel Lamata, en la próxima peli que ya está escribiendo, y que esta vez no irá de zombis.

Tiene Larrodera, o Roderas, un parlevú que para sí hubieran querido la mayoría de los premiados. La multitudinaria visión de la sala impactó incluso al Aragonés de Honor, un Carlos Saura que, en un acto de amor patrio, situó a su cuna, Huesca, como eje del mundo. Sin embargo, el cineasta, según él mismo reconoció, no ha utilizado demasiados materiales procedentes de sus ancestros familiares. Con más de treinta películas a sus espaldas, Saura es, a sus setenta y dos años, y más de cuarenta de profesión, una suerte de espejo donde se reflejan algunos de los distintos movimientos e influencias del cine español. Ha hecho vanguardia, realismo social, comedia, musical, histórico, cine de autor. Ha hecho pelis buenas y otras menos buenas, pero las ha ido sacado adelante, y eso, en este país, ya es mucho, ya es milagro.

Huesca, con Saura, brillaba, pero aún brilló más con el premio al festival Pirineos Sur. Lo recogió, en nombre del equipo que ha puesto en marcha, y programado año tras año, Antonio Cosculluela. El presidente de la Diputación Provincial se refirió a la potencialidad turística del certamen, y a la magia de la provincia. La magia verde, ya saben.

El presidente aragonés, Marcelino Iglesias, que también es de Huesca, cerró el acto apelando asimismo al orgullo y a la autoestima colectiva.

Hace tiempo ya que el político altoaragonés viene asumiendo, de forma bastante natural, un papel de dinamización optimista. Algo que, en la izquierda aragonesa, tradicionalmente corajuda y cejijunta, se hace relativamente nuevo para los que todavía recordamos con una mezcla de coña y horror aquellas casposas zozobras de la IDA (Izquierda Depresiva de Aragón), el existencial victimismo de sus recolocados popes, tanto monumento ideológico a la nada. Iglesias va de otro rollo, más ZP, y se agradece la sonrisa.

Aragón crece sobre las espaldas de su gente.

*Escritor y periodista