Arbitrar es juzgar, favoreciendo el enjuiciamiento a cargo de abogados elegidos por las mismas partes o por entidades que ellas señalen y confiando a los designados como tales árbitros, la solución de la controversia.

En España se ha ido produciendo una notable expansión del arbitraje sobre todo, en materia de contratación. Cada vez más frecuentemente, las partes pactan cláusulas de carácter arbitral, incluso a posteriori del conflicto.

La utilidad perseguida en ambos casos es eludir los inconvenientes de acudir a los tribunales porque ello demora ¡hasta en años!, la duración del conflicto, perjudica la subsistencia de las relaciones ya establecidas con la otra parte e incrementa el costo final que las partes tengan que soportar.

El arbitraje es un remedio jurídico previsto legalmente, para resolver controversias de particulares, sin acudir a juicio siempre que medie la conformidad de las partes; en otro caso, debe acudirse al procedimiento judicial que la Ley de Enjuiciamiento Civil señale y regule.

Estamos en un mundo, nuestro mundo-, en el que las diferencias de criterio son normales y cotidianas; tanto lo son que deberíamos entrenarnos mejor para aceptarlas y para buscarle una salida razonable que no siempre será la de optar por la más larga y más cara, como suele ser la judicial.

Es curioso advertir que las incidencias del tráfico rodado se aceptan cada día con mayor naturalidad; la agresividad que hace unos años conllevaba cualquier accidente entre dos vehículos, ha ido atemperándose; hoy, los protagonistas de sucesos tan habituales parecen asumirlos con mayor sosiego, de modo que en vez de gritar y reñir como si sirviera de algo, buscan el sitio más próximo para aparcar, lo hacen, se intercambian los datos precisos y se despiden, remitiendo la cuestión a las compañías de seguros que deciden entre juicio o arreglo, cuál sea la medida más civilizada y más inteligente.

Es inútil reñir y más razonable procurar caminos de entendimiento; no olvidemos que la institución de la Justicia sustituyó y no en cuatro días, al método del garrotazo. Si contamos con la común voluntad de aceptar el empleo del arbitraje, este resulta más rápido y barato que ir al juzgado.

El nivel general de nuestros jueces es alto pero opino que aún podría ser más elevado, si dispusieran de mayor tiempo de reflexión y de sosiego que algunos logran ahora, por la vía insólita pero indirecta, de las tasas judiciales, que reducen el número de litigios; estas, planteadas como están, tampoco parecen el mejor medio para propiciar ni conciliaciones ni el acceso de todos a la Justicia.

Como apunto en el título de este artículo, "arbitrar es juzgar" aunque pueda hacerse por procedimientos diferentes; uno entiende que la vía arbitral podría rendir servicios sociales a la que cabría llamar aplicado un modismo andante, "cultura de la justicia" y a la que todos podríamos contribuir en la medida de nuestras buenas intenciones.

La finalidad común de la justicia judicial y de la justicia arbitral se resume obviamente, en que jueces y árbitros son profesionales ejercientes del Derecho que procuran "pedir o hacer justicia", algo nada sencillo; para intentar la justicia posible que suele ser un bien más escaso que el agua, el sentido común aconseja no desdeñar las soluciones arbitrales.

Unos y otros, jueces y letrados, son expertos en leyes como requieren sus respectivos oficios legales y no es raro que se critiquen mutuamente, mas con la peculiaridad de que, cuando de modo ocasional ejerce el juez la función de parte o el abogado la función de juez, lo más humano de lo que les pasa es que a partir de entonces, comprenden mejor las dificultades del "Otro". No siempre es sencillo asesorar bien al cliente de uno ni menos todavía, fallar debidamente, absteniéndose de cualquier parcialidad.

La conclusión me parece clara: primero, intentar la transacción con el contrario que no enemigo; en su defecto, tomar el camino del arbitraje y sólo si no lo acepta el contrario, hay que ir a juicio, ¡qué le vamos a hacer! Pero quede constancia: el amejoramiento de la Justicia no es solo cosa de los jueces; la justicia es cuestión de todos.