Una de las consecuencias de la recesión de la que el mundo occidental parece estar saliendo es la extrema sensibilidad con que el sistema económico se enfrenta a la mínima manifestación de inestabilidad. De ahí que la evolución de los países emergentes tenga repercusiones inmediatas en los mercados mundiales, muchas veces por motivos que no las justifican suficientemente. No es este el caso de Argentina, un país que nunca ha acabado de mostrar una economía estable, cuyas estadísticas incluso levantan sospechas en los organismos internacionales.

Como ya es casi una tradición, el país austral vuelve a tener problemas de reservas de divisas. Argentina vive la paradoja de que, aun siendo un territorio rico en recursos naturales, tiene que comprar energía en el exterior pagando en dólares. Otra de las razones de la caída de sus reservas es la ancestral desconfianza de los argentinos en su propia moneda. Prefieren ahorrar en dólares y, si es posible, depositándolos fuera del país. Los ciudadanos no solo desconfían de sus gobernantes en lo que se refiere al cambio de la moneda, sino que con una inflación por encima del 25% temen que el poder de compra del peso se deprecie a la misma velocidad. Si el año pasado perdió un 33% de su valor de cambio, en lo que va de año ya se ha dejado más que en todo el 2013. La memoria popular no olvida el célebre corralito de hace doce años ni los vaivenes de la política económica oficial, que en un momento dado llegó a imponer la ficticia paridad entre el dólar y la moneda nacional.

MERCADO NEGRO

La suavización de las restricciones impuestas la semana pasada por las autoridades de Buenos Aires para la compra de billetes norteamericanos, apenas han frenado la devaluación iniciada la semana pasada. De esta forma, el mercado negro añadió ayer un 3% a la caída del peso, y algo menos el oficial. Y, mientras tanto, las multinacionales con intereses en Argentina --diez de las 35 empresas del Ibex español tienen intereses en el país-- sufren las consecuencias de esa inestabilidad, que el Gobierno de Cristina Fernández no sabe atajar. Acusar como hizo ayer la presidenta a bancos y grandes grupos de conspirar contra la moneda argentina forma parte de esa política imprevisible y de zigzag que despista y genera una enorme desconfianza entre los agentes económicos.