La guerra de Siria -siete años, más de 300.000 muertos y 10 millones de desplazados-ha conocido este fin de semana un nuevo sobresalto que puede complicar aún más el conflicto. Al menos una oenegé ha denunciado que el régimen de Bashar el Asad ha lanzado un ataque químico en la localidad de Duma, con el resultado de 42 muertos, la mayoría mujeres y niños, y 500 afectados por asfixia. Estados Unidos ha dado credibilidad de inmediato al ataque mientras que Damasco y Rusia, aliada de Asad, lo niegan. Donald Trump, que hace una semana expresaba su deseo de que las tropas estadounidenses abandonaran Siria, ha reaccionado como es habitual. Anuncia represalias contra Asad, al que califica de «animal», y culpa del ataque químico a Rusia e Irán por su apoyo al régimen. Se repite así la situación de hace un año cuando, después de criticar a Barack Obama por su implicación en la guerra, un ataque químico que causó un centenar de muertos provocó la primera intervención directa de la Administración de Trump en la guerra con el lanzamiento de 59 misiles de crucero contra la base de la que partió el ataque. Este precedente y otros anteriores inducen a conceder credibilidad al último ataque, que debería ser investigado antes de proceder a una nueva escalada de una guerra que, merced a la intervención de Rusia, puede acabar lamentablemente con la victoria militar del dictador de Damasco.