Hacía mucho tiempo que no subía a Panticosa, mucho antes de que le encargaran su rehabilitación al estudio de Moneo o más bien su destrucción. Este verano me animé a subir para recordar viejos tiempos y conocer la obra del arquitecto. Me quedé horrorizada al comprobar en qué habían convertido el elegante balneario de alta montaña y sus nobles edificios que aún mantenían algo de esa antigua dignidad. Queda poco del balneario integrado por ocho edificios que seguían la arquitectura pirenaica típica de finales del siglo XIX, declarado Conjunto Artístico Nacional en 1994. En su lugar me topé con dos construcciones, el Gran Hotel Continental y el Balneario Termas de Tiberio, que parecían sendos búnkeres levantados para protegerse del invasor. Una imagen desolada, fría, carente de elegancia y esplendor se abre ahora ante los ojos de los escasos visitantes que suben hasta allí. Una inmensidad constructiva que no se integra en el paisaje sino que se incrusta en él de forma agresiva e incómoda. Hablo de ese estilo de arquitectura que se levanta en la costa valenciana o en una gran ciudad; pero no, desde luego, en un circo rodeado de montañas.

El espectáculo bien merece la visita de los estudiantes de arquitectura para comparar el empaque y la solera que todavía mantienen en pie el Gran Hotel y el viejo Casino del XIX, sin un solo rasguño por el paso del tiempo, y la apariencia deteriorada del pomposo Panticosa Resort de Moneo que ya evidencia en todos sus vanos el desgaste de la madera. ¡Y eso que abrió sus puertas en 2007! Una extravagancia que debió costar muy cara y que nunca se ha rentabilizado porque se trata de una obra --como tantas otras-- sobredimensionada, excesiva, y carente de sentido en ese lugar. Estuve allí en pleno mes de agosto y el hotel estaba casi vacío. Aquello se asemejaba más a una edificación fantasma con aspecto inacabado y evidentes deterioros constructivos en las fachadas laterales.

Sin embargo, la imponente presencia del viejo casino y del Gran Hotel perduraba en perfecta armonía con el paisaje cerrado y oscuro de Panticosa. Me acerqué al casino con la esperanza de poder entrar y recorrer sus salones pero un candado enorme con cadenas incluidas cerraban el paso a cualquier intento de reencontrarme con la belleza. Miré atrás y el precioso jardín que enfatizaba su entrada ya no tenía fuente ni escultura, los bancos de piedra rotos, el abandono obsceno hablaba por sí mismo. Me encaminé al Gran Hotel que parecía abierto y solicité una habitación. Me dijeron que estaba cerrado en verano y que derivaban a los clientes al Gran Hotel Panticosa Resort. Estaba clara la jugada. Al otro lado de la frontera, en Francia, continúa mostrando su encanto el balneario francés de Aguas Calientes, con sus edificios decimonónicos hábilmente restaurados y su parte nueva a la medida del paisaje, sin firma de arquitecto alguno que lo avale. Una delicia.

Periodista y escritora