El otro día me sorprendí a mí mismo haciendo la declaración de la renta. No se pueden ni imaginar qué impresión. Estaba yo tan tranquilo en el sofá leyendo el periódico y haciendo planes para cambiar de postura cuando de pronto, sin darme cuenta, me vi sentado en la mesa con una calculadora, varios papelajos y certificados y el ordenador conectado a la Agencia Tributaria. Me llevé un susto importante, no sé si también se lo llevaron en la Agencia Tributaria. Pero me repuse pronto de tal ataque de previsión (¡hay tiempo hasta junio!) y corrí a la hamaca en la que suelo pensar, descartar adjetivos y comer chocolate. Con lo que falta, no es necesario que te pongas ahora, me dije. Para remachar el argumento, pensé en todas las cosas más urgentes que tengo que hacer, como la colada o el almuerzo, y decidí olvidar tal arrebato de diligencia, ya se sabe que si a la pereza se le molesta puede volver luego con más bríos o incluso con su prima antipática: la desidia.

- Cuanto antes la hagas antes te devuelven.

No sé si la voz vino de mi conciencia, de mi mujer, del ordenador aún conectado con Hacienda o de un cuñado imaginario. Sí, claro o antes pago. Y está la cosa como para pagar, me dije. O tal vez se lo dije al ordenador. Un ordenador que habla es la tele. O tal vez la radio. Lo apagué rápido. Incluso a mi conciencia apagué también. Pero mi yo interior, que es como yo pero lejos del mar, puso algo de cordura y me indicó que yo, mi yo exterior, no sé hacer declaración alguna. Ni de Hacienda ni de amor, ni de bienes o jurada. Lo declaro. Así de solemne. Y, claro, ahí está la que sabe, mi señora: declarando en arameo lo fácil que es hacer una declaración fácil como la mía, que soy pobre, víctima de ERTE y pagador cumplidor de cuantos tributos se inventa el estado o el estadito, esto es, la municipalidad o autonomía. Incluso las mancomunidades, que están ahí a lo tonto a lo tonto creciendo sin que nadie repare en ellas. Tal vez hoy me de por mirar cuándo me toca renovar el carné de alberguista, hacer la ITV, pagar el IBI, la tasa de la basura o incluso el chequeo anual. Será que el confinamiento te hace ser mejor ciudadano. O caer en la aborrecible confusión que supone creer que serlo es entrar dócil en todo tipo de embelecos y trampas burocráticas. Pago impuestos gustosamente. No sé si tan a gusto abono el peaje de priorizar lo no urgente.

*Periodista