A pesar del aliento pactista que insufló a todo su discurso, el candidato a la presidencia de Aragón, Javier Lambán, no pudo ocultar ayer a las Cortes que su acuerdo con el Partido Aragonés --auténtico germen del futuro Gobierno- es un matrimonio de conveniencia. Ese hacer de la necesidad virtud que asomó a su locución como excusatio non petita es el que ha presidido las negociaciones con el resto de grupos que avalan la investidura, como muestran unas bases programáticas más elocuentes en sus omisiones que en sus precisiones. Sí despejó, en cambio, las dudas Lambán en cuanto al sesgo ideológico del futuro Ejecutivo, al afirmar que la unión de PSOE, Podemos y CHA con el PAR «no puede dar lugar a un gobierno de izquierdas» ni con la aportación externa de IU. Ese, amén de los sillones reservados a unos u otros, ha sido el auténtico precio impuesto por Aliaga -y aceptado por Escartín, Soro y Sanz- para acompañar a Lambán en esta aventura.

El consejero en ciernes recogió el guante de la «centralidad» y la «moderación» lanzado desde la tribuna como una muestra de reciprocidad. Es más: Lambán apeló al aragonesismo como el mortero capaz de unir las heterogéneas piedras de un gobierno que encerraba más complejidad que el nasciturus que no pudo salir adelante len Madrid.

Con la legitimidad de haber mejorado sus resultados en las urnas, la certeza de que «habrá problemas» a la hora de acordar políticas en temas como la fiscalidad (ratificó la eliminación de sucesiones), la gestión de grandes proyectos públicos (con ambiguas «mejoras» en las estaciones de esquí) o el manejo de cuestiones identitarias (con la cooficialidad del catalán) no parece preocupar en exceso al presidente en funciones; precisamente porque, una vez atado el apoyo del PAR, la alternativa son unas nuevas elecciones que generan más miedo entre sus socios que entre sus correligionarios.

Con este panorama, el contrato social propuesto por Lambán a los aragoneses sirve lo mismo para remedar el roto que han sufrido las clases medias desde la crisis de 2008 como para arreglar el descosido de una clase política amenazada por la desafección y los radicalismos (con permiso de Podemos). Entre un mar de citas y paralelismos, el de Ejea sacó a relucir el espíritu conciliador que llevó a los socialdemócratas nórdicos a pactar con la democracia cristiana la implantación del Estado del Bienestar y lo personificó en las figuras cercanas de Marcelino Iglesias y José Ángel Biel.

Ahora bien, la reválida de esta investidura no llegará hasta la aprobación de los presupuestos de la comunidad, donde todos los socios querrán ver reflejados sus objetivos en forma de dotaciones con dinero contante y sonante. Entonces quedará en evidencia si, como en la Fábula de las Abejas de Mandeville, los vicios privados son la base de la virtud pública o si, por el contrario, la divergencia de intereses acaba con los matrimonios de conveniencia en los tiempos del poliamor. O sea, que a ver cuánto dura.