Cuando no se tiene mayoría parlamentaria, la aprobación de los PGE son un difícil sudoku. Pasó con Aznar y su pacto del Majestic con Pujol para fraguar la alianza que le permitió sacarlos adelante cuatro años; con Zapatero, que utilizando la «geometría variable» de acuerdos y alianzas con ERC, CiU y PNV los sacó holgadamente; acaba de pasar con Rajoy, quien tras pasarse meses y meses despotricando de la «bajada de pantalones» del Zapatero de entonces, ahora vende su acuerdo con PNV y Nueva Canarias (NC) como el «triunfo de la política».

No es nuevo. Para mantener el poder todo vale, y más cuando es imprescindible la impunidad y las prebendas para la cohesión interna. Sin embargo estos acuerdos superan las cesiones de lo conocido hasta ahora. El pacto con PNV desborda los PGE al conseguir mediante una nueva Ley quinquenal del cupo la sobrefinanciación de Euskadi, lo cual envenena de partida el debate sobre la financiación autonómica antes de empezar. Además va a devolver 1.400 millones de euros para liquidar desacuerdos pasados con el Estado y limita las transferencias al fondo de solidaridad tanto de Euskadi como de Navarra con el resto de España. Recursos que o bien los aporta el Estado o se pierden por las CCAA receptoras.

Claro que el acuerdo con NC no se queda corto, amén de las inversiones en infraestructuras y los fondos propios contra el desempleo... (204 millones), han conseguido la reducción de los costes en el transporte aéreo y marítimo tanto en mercancías como en personas, así como la garantía de incrementar el cupo de pesca de atún, aumentar en 300 megawatios la producción de energías renovables, etc., etc.

¿Dónde están los inquisidores, guardianes de la pureza patria? ¿qué queda de los vigilantes obsesivos de cualquier alternativa, cesión o acercamiento con Cataluña y el País Vasco? ¿Qué queda del fervor patriótico de las cabeceras y editoriales de periódicos, tertulianos, responsables institucionales y politólogos de la derecha? Agachada la testuz, saludan al «hombre de Estado» capaz de sacar los PGE aunque supongan nuevos conflictos y agravios territoriales.

Con estos acuerdos ha fraguado una mayoría que ya estaba y que nunca quiso armar, porque siempre quiso cargar al PSOE la responsabilidad de su nominación como presidente. Sacar rédito político a corto plazo, esquivar la acuciante corrupción, esconder los encausados, neutralizar tribunales, jueces y fiscales, le obliga a tener frentes políticos permanentes sobre los que diluir el intenso olor a podrido de muchos de sus dirigentes.

Y ahí el conflicto catalán le viene de perlas. Esa especie de revolución permanente en que han entrado los independentistas, echándole la culpa a Madrid de la ratonera en que se han metido, es agua de mayo para Rajoy.

Es imprescindible que se deje de utilizar la unidad de España como garrote para atizarse entre los dos gobiernos. El Gobierno catalán sabe que es imposible romper un país con el 47% de los votos en unas elecciones; y también sabe que la desconexión unilateral es imposible, que la división por la mitad les obliga a buscar culpables. Para ellos es más importante señalar al causante de la derrota que ganarla.

Solo es comprensible la inmovilidad del Gobierno de España, la nula empatía con los responsables catalanes, y la judicialización de sus actuaciones desde la óptica del beneficio electoral. Rajoy y Puigdemont se retroalimentan. Ha sido una constante en lo que llevamos de siglo. Con los gobiernos del PP el aumento de la representación independentista crece como la espuma. Aznar les dio a ERC grupo parlamentario propio en 2004, tras haberse ensañado contra ellos y contra el tripartito, cuatro años antes tenían un diputado. Zapatero consiguió, a través de la negociación del estatuto, reducirlos a tres diputados en 2008. Rajoy les ha devuelto grupo propio con nueve representantes en la actual legislatura. Las encuestas en elecciones catalanas, les dan la Presidencia. A los populares les trae «al pairo» esto mientras mantengan el voto intransigente fidelizado con la arrogancia del Estado. Cuando el procés anda tocado por el fracaso de la cumbre del Pacto Nacional pel Referéndum, por la no incorporación de los comunes de Ada Colau y el rechazo de los sindicatos a poner los derechos de los trabajadores de la función pública al servicio de la vía unilateral del president, es imprescindible recuperar la política como herramienta para solucionar conflictos. Ya sabemos que entre Rajoy y Mas, o entre Rajoy y Puigdemont, hay enormes afinidades: los recortes, la reforma laboral, los planes de ajuste, los recortes de las entidades bancarias, las fusiones, las privatizaciones y externalizaciones de servicios, el decreto de la estiba, la composición de la mesa del Congreso... Todo lo aprobaron juntos. ¿Tan difícil es ponerse a trabajar para resolver el conflicto?

Buscar rédito electoral en la intransigencia y usar las banderas para tapar la corrupción es un desatino. Decía el informe del fiscal del caso Palau: «Las banderas justificaban el atropello con la cartera»·.

¿ Solo en Cataluña?