En este tiempo en el que viajar se ha convertido en una quimera, la obra literaria de escritores como Javier Reverte , fallecido recientemente, nos conduce a percibir la grandeza de nuestro planeta. Reverte, escritor de viajes y aventuras, de conocimiento y libertad, en su novela El río de la Luz , escribía, quizá en uno de esos largos traslados en tren contemplando la tundra desde la ventana: «No concibo la vida, para nadie, de otra manera que no sea leyendo, viajando y escribiendo o tratando de crear alguna obra de arte, aunque sea un intento en vano. Por mi parte, estoy seguro de que no podría vivir de otra manera, salvo que me dejase llevar por la melancolía o el desánimo…» Creo que la mayor parte de los habitantes de la Tierra tampoco podrían vivir sin lo que la cultura, en todas sus expresiones, nos puede aportar, al menos eso quiero creer. Emocionarse con una lectura, con la música o viendo la obra de William Turner , por ejemplo, nos materializa el sentir y nos transporta sin importar el tiempo y el espacio.

Estamos pasando un otoño sin color, está confinado --a nivel de física esta propiedad también existe-- al no poder trasladarnos, ni siquiera, a unos pocos kilómetros para disfrutar de los bosques de hayedos, abedules, enebros y respirar toda la riqueza de matices y olores, es un lamento que nos infunde tristeza, sobrellevarlo requiere un hábil ejercicio que nadie nos ha enseñado, por eso tener un libro a mano, ojear un catálogo de los otoños de Monet o acudir a las ofertas culturales que estén a nuestro alcance, pueden suponer tablas de salvación en tiempos de covid. Todos los recursos son pocos para sobrevivir, para guardar un equilibrio sin trastornarnos.

Intentamos sobrellevar los malos tiempos y la socialización es otro de los recursos al que acudir, está comprobado que las relaciones sociales mejoran la salud emocional y mental, aportando pensamientos positivos. El arte del confinamiento tiene su base en la manera de saber mantener una cordura hacia la generosidad del bien común, busquemos recursos, horizontes ricos en diálogos de comunicación, por eso no entendemos que la ley Celaá , octava ley de Educación en lo que llevamos de democracia ---sin duda un signo de inmadurez política---, elimine el castellano como lengua vehicular en la enseñanza, esto supone un retraso social y cultural considerable y una segregación entre comunidades. Las parcelas nacionalistas siempre han sido gangrenas para el pueblo, eliminan la integración, fomentan el sectarismo y rompen la socialización. El territorio español debe ser diáfano para poder circular sin fronteras lingüísticas, sea cual sea la lengua local que se practique, ésta no ha de ser óbice para integrarse entre comunidades, pero sin olvidar nuestra lengua que nos identifica a todos a nivel internacional. Complacer a segregacionistas, a proetarras, a extremistas de izquierda desmerecida, para intentar gobernar según criterios partidistas, en este momento tan crítico de nuestra trayectoria democrática, es tirar por la borda todo el trabajo, la lucha por conseguir un país digno en el que podamos afrontar, al unísono, todas las dificultades sin problemas impuestos por radicalistas que nos pueden llevar a fracturar nuestro país.